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LA ABUELA


La abuela solo tiene dos dientes. Ella dice que los perdió en la posguerra, por comer pan duro, cáscaras de patata y cecina cuando el día amanecía con suerte.

- ¡Otra guerra hacía yo para acabar con todos esos ladrones hijos de mala madre! – despotrica cuando ve los telediarios.

Ese, entre otros, es uno de sus pasatiempos. La tele. Más que nada porque en la aldea donde vive y en agosto no es que se puedan hacer milagros. Lleva una vida bastante rutinaria desde que mi abuelo tuvo a bien, según ella, pasar a mejor vida para dejar de aguantarla. Se levanta a eso de las ocho, como si tuviera que fichar para hacer las haciendas de la casa, en las que se desenvuelve como pez en el agua ya que lleva toda su vida haciendo lo mismo.

Cuando la abuela termina de fregar la loza, el suelo y todo lo fregable, (que digo yo, que qué ensuciará para pasarse más de media mañana limpiando si vive ella sola, pero ni se te ocurra decírselo porque te mira como si fuera la mujer más guarra sobre la faz de la tierra). Como digo, cuando termina de hacer las tareas de la casa, se calza sus zapatillas y su mandil de salir, como ella los llama, y va a la tienda a comprar. Bueno, a comprar es la excusa, porque en más de una ocasión se va con las manos vacías o con la barra de pan más pequeña que haya y que no necesita, ya que tiene congelada, pero que por no hacerle un feo a la Dolores, se lleva. Allí, a la hora que ella va y de manera totalmente premeditada, se junta lo más granado del pueblo. Otras viudas o casadas con cuarenta años de matrimonio a sus espaldas, que hacen del rumor y el chisme un arte digno de estudio. Pero esas conversaciones matutinas solo son la antesala de la noche…

Cuando es la una en punto regresa a casa, se coloca su mandil de cocinar y se prepara la comida.

La abuela come como un pajarito. Así está, que entre que come poco y la mala leche que gasta tiene un 'tipín' digno de la mejor operación biquini.

- Abuela, tiene usted que comer un poco más, que con estos calores necesita energía – le dice mi madre cuando habla con ella por teléfono, en los meses donde el calor aprieta.

- ¡No digas 'tontás'! – exclama – Estoy echa un roble y os pienso enterrar a todos – dice medio en broma medio en serio, porque la abuela, otra cosa no, pero pelos en la lengua ninguno.

Mi padre me cuenta cómo lo tenía más derecho que a una vara, tanto a él como a su otro hermano, más pequeño y a mi abuelo. Esa casa era un matriarcado en todo regla y nada se hacía o deshacía si la abuela no estaba de acuerdo. Mi padre y mi tío se fueron a estudiar a la capital, como ella la llama, y allí han hecho sus vidas. Mi tío, su ojito derecho, se casó con una enfermera, de pueblo como él, quienes le dieron dos nietos; y mi padre, la oveja descarriada, se casó con una abogada de la capital y de buena familia y solo me tuvieron a mí.

La abuela no traga a mi madre. “La 'señoritinga' de la capital” la he oído referirse a ella muchas veces, y no es que mi madre sea una pija madrileña reconvertida de la movida de los ochenta, pero a la mujer se le ha metido entre ceja y ceja, que le vamos a hacer, al igual que yo, que me dice que soy su vivo retrato.

Cuando termina de comer, recoge lo poco que ha ensuciado y dormita diez minutos en su sillón orejero, que tiene casi tantos años como ella pero del que no se desprende ni con cola, hasta que comienza el telediario de Telecinco y ya no despega los ojos y el culo del sofá hasta que el Sálvame termina. Alguna vez la hemos llamado durante el programa para hablar con ella y ni siquiera nos ha cogido el teléfono.

Cuando su sesión diaria de cotilleo nacional ha terminado, se da una ducha mientras refunfuña sobre La Esteban, El Kiko, La Bollo y demás personajes y personajillos, porque otra cosa no, pero limpia y aseada la abuela es un rato largo. Después de ponerse de limpio, se pone a coser. Ganchillo es su labor favorita, pero también bolillos y bordar entran dentro de sus dones con la aguja. Recuerdo que al ser su única nieta intentó enseñarme pero la destreza manual con hilos y agujas no la había heredado por lo que al final, me dejó por imposible, diciendo que en sus tiempos las niñas de mi edad ya ayudaban a sus madres con la dote y que ahora solo servimos para estar con las maquinitas esas e ir con chicos que nos dejarán preñadas a la primera de cambio.

La abuela y la tecnología no se llevan nada bien y eso que mi abuelo, que en paz descanse, era un manitas arreglando cosas cuando su trabajo como conductor de la línea entre los pueblos de la comarca y la capital de la provincia se lo permitía. La buena mujer se apañaba con la tele, la calefacción en invierno y el abanico en verano. La cocina era eléctrica y cuando algo se le estropeaba llamaba al Antonio, el hijo de la Paca, que había estudiado para eléctrico y por unos eurillos le hacia la chapuza.

A las ocho en invierno y a las nueve en verano, se hacía algo para cenar y era cuando recogía de nuevo y sacaba la basura cuando empezaba de veras el mayor de sus placeres estivales. Cuando hacía frío no le quedaba otra que seguir con las labores e irse a la cama tras dar dos o tres cabezadas en el sillón ya que decía que a esas horas, en la tele, solo había putas y cabrones. ¡Como si el Sálvame fuese un programa educativo!

Pero en los meses centrales del año la cosa cambia y acompañada de su inseparable abanico, su silla plegable y una botella de agua se sale al fresco junto a las vecinas de la calle. Hasta el calor huye cuando las ve salir de las casas por miedo a que sus lenguas también le den un buen repaso.

Suelen hacer corrillo donde la Manuela, ya que su acera es más ancha y allí dan un buen repaso a lo que han oído o visto de unos y unas, de otros y otras. Vamos, que a todo el pueblo y a parte del extranjero le pitan los oídos cuando las buenas señoras se ponen a largar. Se saben la vida y milagros de propios y ajenos y no dejan títere con cabeza.

La semana que viene vamos a verla. No le hace ni chispa de gracia, lo sé. Pero ya está mayor y papá quiere ir a darle una vuelta. Pese a su fortaleza y su carácter, sus últimos análisis no han salido del todo bien, aunque como siempre ella ni caso, y mis padres quieren hablar con el médico.

- En mis tiempos no había tanto matasanos y tantas medicinas y vivíamos tan ricamente – dice con frecuencia.

La verdad es que tengo ganas de verla. Me lo paso pipa con las cosas que dice y los gestos que tiene. Sé que por ley de vida no le queda mucho y más si lo que viene en la analítica es señal de algo grave, por lo que pese a su irreverencia, su peculiar forma de ser y pensar y las broncas que siempre nos echa, la abuela es y siempre será mi abuela.

María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc
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...SI YO LO ÚNICO QUE QUIERO...


...aquella de la que los Papas siempre dicen que tienen una foto conmigo que salimos pequeños, bueno si ella me saca creo que dos meses sólo cómo no vamos a salir pequeños los dos en la foto, que por cierto, una foto que no he visto ni veré en mi vida pero bueno que siempre están con el rollo de la foto y ya se ha quedado todo como “la Prima de la Foto”, pero lo que te decía ALIÑADO es que esa prima es la que viene mañana del pueblo a la boda de mi hermana y como hemos de quedar entre primos para enseñarle la ciudad que creo no la han visto nunca pues ya perderé el día en eso y no podré pensar en planear la quedada, mi quedada que llevo tantos días pensando en ella, en ella no sólo me refiero a la quedada en ella en esta chica que me vuelve loco así de repente, como me pasó una vez que tú ALIÑADO todavía no estabas en casa con nosotros, no habías ni nacido vamos, que me dio así sin motivo por pillarme de una tía que ya ves tú en mi vida me iba a imaginar que me gustase aquella que pasaba hasta desapercibida en clase y la seguí buscando por facebook un día y no tiene, vamos no creo que lo tenga con un nombre raro de esos que se ponen ahora para que no los encuentres porque ésta no me la veo yo así la verdad, tendría que haber cambiado mucho si era modosita y algo tímida pero no de estas que se cambian el nombre en facebook, joder, si era lo que me gustaba de ella, me gustan así las chicas por eso me da rabia con ésta no poder cerrar ya de una vez la quedada ALIÑADO mío, porque mañana como sé que con mis hermanos y mis primos vamos a estar hasta las tantas tapeando por allí y por allá, hasta las tantas qué te apuestas ALIÑADO, pues claro cuando llegue estaré reventado para abrirle por whastapp para eso ya me espero la semana que viene que pase mejor la boda que pasen estos días que ella me vaya abriendo también por whatsapp porque claro como no me abra mala señal también no voy a estar yo todo el rato abriéndole ahí mostrándole interés que sino es un game over por pesado, son así las tías como me dice mi mejor amigo que ya lleva unas cuantas de carreras y sabe mejor lo que es eso, qué le voy a hacer yo ALIÑADO, ven que te acaricio como te gusta esa parte del hocico, ayyy ALIÑADO si es que si no fueran así de tan complejas o más directas yo ya tendría novia porque coño yo es que me pongo nervioso si no fuera más fácil la cosa y más directo todo joder pero esto de estar así ahora viendo qué le tengo que decir de medir cada palabra y de abrirle o no para no pasarse de pesado uff en la época de los Yayos esto ni de coña pasaba joder ni con mis padres ¿te los imaginas así a mis padres? Con tanta estrategia tanto cálculo de si le gusto o no, pero si se casaron con 18 años qué estrategia iban a tener, lo que pasa que no se andaban con tonterías los de esa generación y ahora salen así de tontas las chicas, ojo yo también como le digo a mis colegas “Me falta una mili” lo sé pero joder algo menos de inseguridad y miedo en estas cosas que solo hay una vida que vivamos ALIÑADO!! ...Si yo lo único que quiero es que no me pase como con aquella chica preciosa, de cara y de cuerpo también pero es que de cara te juro que no recuerdo nada igual de preciosa que no sé ni cómo me traje a casa, se quedó a dormir en mi misma cama ¡y no tuve huevos ni de lanzarme! Tú no estabas ALIÑADO creo que los Papas te llevaron a la casa de la montaña o no sé donde se fueron ese finde pero que a lo que iba que ahora se supone que he ganado en confianza y si logro quedar con ésta pues espero lanzarme de una vez por todas, dar un golpe en la mesa y pienso poner una foto besándome con ella en la playa más bonita que haya para lograr 100 me gustas en el facebook, que me lo merezco ya joder, ¿o no ALIÑADO? Me da igual perder mi caché por poner un post cursi, si será solo uno luego ya iré posteando cosas serias como siempre de mis trabajos y textos y tal...Anda mira ALIÑADO si me abre ella por el whatsapp justo ahora como le he cambiado de estrategia pues ahora que sufra un poquillo no le pienso hasta responder hasta pasadas unas horas que sufra que sufra....Vamos a poner esta cinta de vídeo que siempre me gustan este tipo de tardes para poder ver vídeos antiguos de cuando éramos pequeños y a ti te quedaban aún años para que nacieras y te criáramos ALIÑADO y qué bien nos lo pasábamos con todos los primos juntos joder si es que era más feliz todo en esa época mira mi tío aquél del pueblo cómo bailaba en esta boda con aquella novia que trajo un día el amigo del Papa...

...Si yo lo único que quiero ALIÑADO...

A todas las mentes tan seguras como dubitativas. Tan verdaderas como soñadoras. Tan humanas.

D.A.C.
@dani3arrebola
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"- EL ARTE DE SABER QUE ESTAMOS VIVOS"


El arte está en una melodía de piano flotando en el aire, a cielo abierto, a corazón extirpado. El arte está en el cuadro del aspirante, que se desgarra por dentro para decir algo, porque de su nombre nadie sabe qué decir. El arte está en un bolígrafo, que se contonea sobre el folio dejando una marca tan personal como una huella dactilar, tan personal como la mano que escribe, y tan sólida como los sentimientos que emanan de ella. El arte es esa chica sentada a tu lado a la que no te atreves a decirle nada, ese momento en el que sabes que es un ahora o nunca, y que si se va la pierdes. El arte es el movimiento errante de las hojas movidas por el viento en la acera, no tan errante por sin rumbo como por no hallar comprensión. El arte está en esa gente que grita, que pelea por su pueblo y sus derechos, llenos de convicciones llegan, y se marchan llenos de moretones. El arte está en la rabia de una pelea, en la danza de dos cuerpos sacudidos por la ira, aunque la belleza se extinga cuando ambos se tocan. El arte está en la risa de un niño, en sus carcajadas sin control, a las que no importa si misa, juicio o hambre. El arte está en la lluvia que empapa, que inunda las calles y los corazones, que nos pone tristes y melancólicos los días de calor, y enfermos los días de frío. El arte está en el fondo de un copa, boca a boca con el tiempo, ambos perdiendo por sed de más de lo que os dieron. El arte está en la juventud, tanto tiempo por perder entre excusas y siestas, entre polvos insatisfechos y besos en puertas. El arte está en la vejez, en los recuerdos, en cada arruga que surca la cara de un anciano, en todos los años de historias que podrían contarnos. El arte está en la desidia, en ese sofá que te atrapa, esa película que te hace dormir, esa tarde gris en casa, el arte de hacer poco y mal. El arte está en el comportamiento errático de un adolescente, o de un bebé, o un anciano demente, el arte está en la falta de explicación para sus actos.

El arte es un punto, una coma, un punto y aparte. El arte es un signo de exclamación expresamente puesto en la oración para conferir un tono de emoción o de cabreo. El arte es un buenos días con un beso y un buenas noches con un abrazo.

Porque al final la vida es eso, empezamos con ganas de comernos el mundo hasta los huesos y acabamos sin dientes para poder comer. Aprovecha tu tiempo, porque, aunque pueden robártelo, una vez lo vives es para siempre tuyo - dijo una joven ilusa sentada en un cómodo sofá a la una de la madrugada. 

Alba Ferrer.
@dihiftsukai
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TÍA MARISA, UNA ESPECIE EN PELIGRO DE NO-EXTINCIÓN


¡Qué extraña es la tía Marisa! Cada cierto tiempo viene a visitarnos a casa. En seguida sabemos que es ella, lo sabemos por su forma de llamar al timbre. Primero un timbrazo largo, luego dos cortos y seguidos (a modo de corcheas) y, finalmente, otro largo (a ella siempre le ha gustado la música). Cuando llega el cuarto timbrazo en mi casa se para el tiempo, no es una forma de hablar, se para de verdad.
Una vez vi por la televisión un documental sobre un tal Einstein, hablaba de una extraña teoría en la que aseguraba que el tiempo era relativo. Por más que trató de explicármela mi padre, hombre de ciencias, jamás logré entenderla por su boca. Mi tía Marisa, sin embargo, logró explicármela sin una sola palabra,  y es que no hay nada como comprender las cosas de la mano de la experiencia.
El caso, que cuando sabemos que se encuentra a penas a un par de pisos de nosotros, tanto a mí como al resto de mi familia (mi hermano y mis padres) se nos activa una especie de palanca interna que, en luces de neón parpadeante, nos indica peligro. ¡Qué sabia es la naturaleza! Yo estoy segura de que es la misma luz interna que a los neandertales se les encendía en pleno bosque cuando se les acercaba un bisonte violento y malherido; una luz que, con el paso del tiempo, la naturaleza ha ido perfeccionando hasta dar con la peligrosa especie de Maris, Marisus.

La ausencia de ascensor hasta un tercer piso se traduce en un seguido de pisadas escandalosas de la tía Marisa, una serie de golpetazos que propina con los talones a cada uno de los escalones – que señala como culpables de un exceso de ejercicio – que le llevan hasta mi puerta.  Y dejando caer sus cuarenta “kilitos” de más sobre sus zapatos de charol se acompaña de un ritual de infinitos suspiros quejumbrosos que anuncian su gloriosa venida. Toda ella es ruidosa, como una pandereta martilleante que anuncia la llegada de algo grande.

Tía Marisa es una mujer de costumbres, así que, lejos de emitir un cordial saludo al llegar a su destino, nos regala extenuada un: “Madre mía del amor hermoso, a ver cuándo os dignáis a poner un maldito ascensor en este edificio”, y sus palabras, meditadas a conciencia, se cuelan por las rendijas de las puertas de los demás vecinos poniendo también en alerta al resto de la comunidad.
Mi padre, mi madre, mi hermano y yo – por este orden – nos colocamos a modo de soldados a lo largo del pasillo y esperamos pacientemente su aprobación, que se traduce en las siguientes palabras: “Gonzalo, qué tocho estás, cuñado. Hermana, a ver cuándo me llamas, que me tienes abandonada” y mi hermano y yo compartimos un “ qué mozos os estáis poniendo, a ver si venís a ver a la tita más a menudo” y  toda una serie de reproches que se alargan durante toda la visita.

Y a pesar de que el tiempo pasa lento y pesado cuando ella está en casa y nos tiene a todos en tensión esperando el próximo golpe, no todo es malo; pues tiene el don de reconciliar a esta familia. Recuerdo el día en que mi hermano trajo las notas del colegio con más suspensos de los que le cabían en los dedos de una mano; a mí me dio por presentar una factura de móvil que pasaba con creces el límite establecido y, para colmo, mi padre se acababa de cargar la estantería del cuarto de invitados. Mi madre consiguió que la guerra de Troya quedase como algo nimio al  lado de la escena que teníamos montada en casa y que los espartanos, a su lado, quedasen ridiculizados por sus fieros chillidos. Sin embargo, cuatro timbrazos fueron suficientes para que se hiciese el silencio en mi casa: se cruzaron nuestras miradas, apretamos nuestros puños, mi madre trató de colocarse el pelo de modo que no pareciese que venía de cabalgar a un caballo salvaje y, con un hondo suspiro, supimos aceptar la necesidad que teníamos los unos de los otros en ese momento, no podíamos quedarnos solos, éramos una familia e íbamos a aguantar la visita estoicamente. Y es que cuando el peligro acecha siempre se puede contar con los que más quieres.

En fin, lo que decía, ¡qué extraña que es la tía Marisa!, y por suerte o por desgracia, es una especie en peligro de no- extinción.

Sammy.
@sarazamz

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EL PODER DEL ORO


Elia abre los ojos, ya es de día. En Argento, su pequeño pueblo, todo el mundo se despierta cuando amanece, es el sol quien manda en el sueño de esas gentes. Como cada día, Elia mira por la ventana. Todo sigue igual, todo está bien. Ve personas que empiezan a cargar sus cubos de agua en dirección al Palacio Dorado. En Argento solo hay un trabajo, y lo hacen igual adultos, ancianos o niños. En Argento únicamente se carga agua para llevarla al Palacio, donde esta es cambiada por oro. ¿Y para qué quieren el oro estas gentes? Para volar.

En Argento la gente solo tiene un sueño, volar. Miran con envidia, mañana tras mañana, el vuelo de quien ha conseguido el oro suficiente para alzarse, para navegar por el viento. ¿Y cómo se consigue volar? ¡Con el oro! En Argento, todo el mundo nace con dos alas: blancas, suaves, aterciopeladas, pero incapaces de volar, o eso cuentan ellos. Solo pueden volar siendo bañadas por oro, por eso es tan importante el oro en Argento. Y Elia quiere volar, pero quiere volar ya. Por eso, a sus 13 años, ya ha llevado más cubos de agua que algún anciano del pueblo. Tiene mucho oro en casa, pero no cree que sea suficiente todavía. 

Elia camina encorvada, tiene todo el cuerpo deformado de tantas horas bajo el sol llevando cubos y cubos de agua. Elia no tiene amigas, Elia no tiene un chico que tontee con ella. ¿Para qué lo quiere? Elia quiere volar. Y esa mañana Elia cree que será la última. ¡Esa tarde podrá volar! 

Se desviste y viste rápidamente, tomándose unos minutos para contemplar por última vez sus alas blancas. ¡Cómo brillarán esa tarde! ¡Será la envidia de todos cuando la vean por el cielo volar! 

Sale de casa, coge su cubo, y emprende el trayecto de cada día, saludando hoy con sonrisas a todo el que se cruza en su camino, regalando cumplidos y ánimos – los cuales desde aquí no sabemos dónde y cuándo aprendió - . Elia llega a casa, deja su cubo lleno ya de oro y suspira. Se deja unos minutos para mirar por dentro todos los recuerdos de tantos años en el camino. No debería tener prisa, pero Elia quiere volar. 

Con todo el oro acumulado, ya fundido, Elia comienza a pintar sus alas de color dorado mientras unas lágrimas – que no sabemos si son de melancolía o de alegría – caen por su sonrojada cara de niña. Ya las tiene acabadas, ¡ya puede volar! 

Pero en el cielo, Elia no tiene la sensación que esperaba, no todo es tan bonito como imaginó. Le encanta la sensación del viento regateando a su cuerpo, mirar a la gente desde tan arriba, ¡Elia se siente poderosa! Pero hay algo que le molesta. La gente que vuela, allí arriba, no está contenta. Todos miran para arriba, a los que vuelan todavía más alto. Todos quieren tener más oro en sus alas para llegar hasta allí, para ser los que vuelen más alto. Y Elia no entiende el porqué, ¡pero si lo bonito es volar! Aunque – debemos reconocerlo – Elia tiene el mismo sentimiento. 

Elia se pone a llorar en pleno vuelo, comienza a recordar lo mal que lo ha pasado todos esos años, para nada. No le importa que las lágrimas le tapen la vista, ¿qué más da?, le da igual adónde ir. Cuando se detiene, Elia se da cuenta de que ya no queda nadie en el cielo, todos se han recogido en sus casas, pero no sabe por qué. Las nubes están un poco oscuras y el sol empieza a caer, pero eso no debe ser motivo para dejar de volar. Se refriega los ojos con el dorso de sus manos, se quita las lágrimas que todavía no se habían atrevido a tirarse al vacío de aquel cielo, y lo ve. Algo viene hacia ella, algo parecido a una peonza que gira, que gira y gira, que va hacia ella. Y no le da tiempo a pensar, la peonza se la lleva. 

Tirada en el suelo, Elia consigue abrir los ojos. Mira a su alrededor, y cree que debe de estar alucinando, no puede ser, ¡hay gente con alas blancas volando! Ellos sí que disfrutan, no hay nadie por encima del otro, y si lo hay, es para hacer piruetas, es para hacer sonreír a los demás. Al verla ya despierta, uno de ellos baja hacia ella. Le sonríe y se sonríen. 

- ¿Dónde estoy? – pregunta Elia observando con detenimiento su entorno.

- Bienvenida a Moral, el malvado remolino te trajo hasta aquí. – con los brazos abiertos, un apuesto joven le muestra el nuevo pueblo. 

- ¿Estoy lejos de Argento?

- No mucho, pero no nos gusta hablar de ese lugar, la gente es tan rara… - Elia se da cuenta de que aquel extraño no deja de mirar sus alas y reírse. 

- ¿Por qué?

- ¿No lo ves? Mira tus alas, y mira las nuestras. Llevamos años sin entender por qué os las pintáis de oro. – Elia, que comienza a sonrojarse, enfadada, oye risas también por el cielo.

- Pues es fácil, tonto, para volar.

- ¿Volar? Y, ¿qué te crees que hacemos nosotros? – era como si a través de su voz le hablasen todos los habitantes del pueblo.

- Pues sí, tienes razón, no entiendo nada…

- Anda, dame la mano y levanta del suelo.

Es la primera mano masculina que toca Elia. Desde muy pequeña ha vivido sola y dedicado todo su tiempo a trabajar. Su mano tiembla, pero la de él no; sus ojos lo miran, y los de él, a ella, también. Van caminando hacia la primera casa que Elia ve mientras él le pide que le explique el porqué de ese color en sus alas. Elia le cuenta todo, que ellos solo pueden volar si sus alas son pintadas de oro, que necesitan cargar mucha agua para conseguir el suficiente, ¡que es su única manera de volar!

- Pero, ¿quién os ha contado todo eso? – el chico sigue con la sonrisa en el rostro que cada vez molesta más a Elia. 

- No lo sé, esas cosas no se preguntan. Hay cosas que son así y punto.

- ¿Adónde lleváis el agua? – Elia ve en su cara algo así como la brillantez de saberlo todo, como la luz de una bombilla cuando se enciende. 

- Al Palacio Dorado, allí nos dan el oro. 

- Así que se la dais al rey, ¿no? Y… ¿este rey nunca os recuerda lo del agua? ¿Nunca os anima para que no dejéis de hacerlo?

- ¡Claro! Una vez al año tenemos un día de descanso donde vamos todos a comer al Palacio y él allí nos recuerda todo lo que podemos conseguir llevándole el agua. 

- Y… ¿no crees que quizás lo del oro es una escusa? ¿Nunca te has preguntado por qué es necesario el oro para volar? 

- ¡Pues no! Ya te he dicho que esas cosas no se preguntan, son así, y punto. 

- ¿Seguro? 

Antes de llegar a la casa, Elia se da cuenta de que el chico la lleva hacia otro lugar a medida que avanza la conversación. Ahora está en lo que debe ser el límite del pueblo, porque a partir de allí solo ve el abismo. Ya no tiene a su lado al chico, y Elia comienza a notar como alguien le sacude las alas. Se gira, pero no le da tiempo a ver nada más, el chico la ha empujado al vacío. Solo ha podido ver al chico, su sonrisa, un trapo en cada mano, y sus alas otra vez blancas. Elisa vuelve a sentir el viento que regatea a su cuerpo, y sonríe mientras vuela. ¡Qué engañados habían estado siempre! 

Víctor G. 
@libresdelectura


 
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