0 comentarios

ALTRUISMO EGOÍSTA

Para ti que me lees,
 Lo más probable es que no tengas ni idea de quién soy, 
que no me hayas visto en toda tu vida y posiblemente no vayas a verme nunca. 
A pesar de ello, te estoy escribiendo y dedicando estas letras especialmente a ti.
Yo tampoco te conozco, no sé quién eres, de dónde vienes ni a dónde vas.
Sin embargo,
mi objetivo es contarte un secreto.
Quiero que te sirvas de algo que hay en mí.
¿Por qué? 
No me conoces, no te conozco… 
¿Por qué pretendo que te sirvas de mí? 
¡Incluso aunque nos conociéramos! 
¿De qué me sirve que aprendas o ganes lo que quiera que sea que vayas a ganar conociendo mi secreto?
El hecho es que me importas. 
No te preguntes ni cuánto ni de qué manera, pero sé que quiero que seas feliz. 
...
Lo que vengo a contarte, es algo que está al alcance de cualquiera.
 Tanto tuyo, 
como mío, 
como de cualquier persona con la que te hayas cruzado hoy
 o cualquiera con la que te vayas a cruzar mañana. 
Lo que vengo a contarte es el motivo por el que soy feliz ahora mismo, 
y el motivo por el que quiero que seas feliz tú también. 
Éste es mi secreto.
Mi secreto es la razón por la que me preocupo por ti.
Mi secreto es, 
que he conseguido, 
que cuando logro que me importes, 
cuando logro alegrarme por tu felicidad, 
ya puedo dejar de preocuparme por encontrar la mía. 
Cuando aprendes a ser feliz en base a la felicidad de los demás, 
la cura a tu infelicidad 
está tan solo a la distancia entre tú 
y la oportunidad de hacer feliz a alguien.
El secreto es dejar de centrarte en el beneficio que vas a obtener tú de lo que des, 
y esforzarte por encontrar y ofrecer el beneficio que puede hallar en ti aquel con quien la vida decida que te cruces.
Si no me crees, si te suena utópico, si lo consideras demasiado sencillo para que sea cierto… 
te propongo que hagas algo ahora mismo:
Compruébalo.
Tienes la oportunidad de descubrir la manera más sencilla de ser feliz.
Dedica el próximo minuto a encontrar una manera de hacer feliz a cualquier persona que elijas.
Y luego…
¡Hazlo! 
Por esa persona primero y por ti a la vez.

Alba Villafañe.
4 comentarios

ISABEL

Me juega una mala pasada mi memoria si intento recordar cuándo nos conocimos. Supongo que será porque tengo la sensación de que nos conocemos de toda la vida. Lo que sí recuerdo, es que entraste en mi vida en un momento en el cual necesitaba renacer como un Ave Fénix de sus cenizas y poco a poco, tu fuerza, tu descaro y tus ganas de disfrutar de la vida me invadieron y contagiaron, haciendo que el animal agazapado y asustado que conociste, se convirtiera en un cachorro de leona, que despacito pero con paso firme, iba dándole pequeños mordisquitos al mundo.

Recuerdo tantos buenos momentos compartidos, enganchadas al teléfono horas y horas, mientras me fumaba un cigarro y observaba el cielo de Málaga desde mi ventana, mientras nos contábamos nuestras aventuras y desventuras amorosas y cómo llevábamos la facultad. Hacíamos planes para cuando ambas volviéramos por vacaciones a nuestro pueblo, esperanzadas e ilusionadas por noches que se confundían con días y días que daban paso a eternas noches. Bailando, riendo, tomando alguna que otra copa y sobre todo disfrutando de nuestra juventud.

No teníamos secretos, nunca los hemos tenido, siempre nos lo hemos contado todo y dicho todo a la cara, sin falsedades, sin temores, con unos cimientos tan bien anclados en la amistad, que ni el peor de los tornados los movió ni siquiera un centímetro.

Y tuviste que ser tú, quién sino amiga mía, la que convirtiéndose en celestina de zapatos de tacón y minifalda aquella noche, consiguiera lo impensable. Interrogando a un amigo en plan “poli bueno, poli malo” para que confirmara que el objetivo que perseguías para mí, esa noche de Septiembre, estaba más cerca de lo que pensábamos. Le buscamos cual agentes camuflados en un cinquecento por medio pueblo, hasta por fin dar con él y hacernos las encontradizas, para que el que hoy es el hombre de mi vida, no sospechara nada de lo que tramaban las amigas que en ese momento lo miraban con carita de niña buena.  

Pasaba la noche, llena de miradas cómplices entre ambas, excusas para ir cada dos por tres al baño de chicas, bailes al son de Ricky Martin y Chayanne y risas nerviosas hasta que por fin lograste lo que te propusiste, y aquel amigo común de mirada honesta al que le encantaban el baloncesto y las motos, selló mis labios con los suyos mientras tú nos vitoreabas con un sonoro “por fin”.

Han pasado los años y tú, al igual que yo, hemos seguido caminos diferentes. Tú en Madrid, yo en Puertollano, tú con tu cubano y yo con mi motero, tú investigando y yo escribiendo e intentado trabajar como psicóloga, viviendo experiencias y vidas diferentes, pero pese a la distancia y a todo los demás, esos cimientos siguen tan fuertes o más que el primer día, porque ahora nuestras confidencias no tienen que ver con los chicos que nos gustan o con lo que nos ponemos para salir, son mucho más importantes y trascendentales, más vitales y en esos momentos de debilidad, cuando el tirar la toalla parece la única opción, ahí sigues, al pie del cañón con tu fuerza, tu descaro y tus ganas de disfrutar de la vida y cuando lo que toca es saltar de alegría y brindar por nuestros éxitos, ahí estas tú, con tus risas, con tus bailes y con mil cosas más. Todas y cada una de ellas responsables de que se me llene la boca al decir, que fuiste, eres y siempre serás mi mejor amiga. 

María de las Nieves Fernández, 
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc



2 comentarios

ESCLAVIZA AL TIEMPO

No. No te mires ni te remires más. Eso no eres tú, o al menos no eres lo que debieras ser. Eso es un rostro, reflejado en un cristal de un transporte público, pongamos de un metro que viaja bajo tierra, como tú en estos momentos, que te entierras, a las siete de la mañana. Es un rostro serio de la no valentía, del no atreverse o, por qué no decirlo sanamente: es un rostro cobarde.

Para llegar a ese metro te has levantado esta mañana con legañas en tus ojos y en tu mente. Te puede la vida. Te está ganando día tras día. Piensas de una forma sórdida que el problema es el ruido espantoso de ese metro que está anunciando la parada siguiente con lo que tú aseguras percibir como estridencia. Crees crearte un silencio para huir de ese ruido tan molesto, pero en realidad estás gritando para adentro. Le gritas a otros “esos” compañeros de vagón, porque, y falsamente te aseguras, llevan camiseta horrible o bien el pelo sucio. No son como tú, un modelo perfecto, y si lo fueran tampoco quieres saberlo. Es mejor repetirlo: eres doblemente cobarde. No quieres compartir nada con nadie. No anhelas activarte. O al menos, no lo has deseado hasta ahora. Deseas que el día pase rápido y mañana coger el mismo metro, sumando números al número en que te has convertido. No es que simplemente te gane la vida, es que ésta te apuñala con un pico inexistente, que tú inventas para justificarte. ¿Cómo explicas pues, tú, el “Rey o Reina de la Selva” o “Rey o Reina del Metro” -como así te crees en estos momentos- que cada día te moleste más un indefenso viaje sub-urbano? Eso es un transporte inanimado. Eso no tiene alma, ni sentimiento. Es eso. Con O. Y siempre ha sido eso. Mientras tú ni siquiera buscas la E o la A que perdiste hace mucho tiempo y que te pertenecían. Podrías volver a ser ése o ésa. Así es como vinimos al mundo: con personalidad. Al nacer, nadie recuerda firmar contratos de quejas ni de enojos. ¿Prefieres quejarte y enojarte? ¿Es más fácil? No respondas ahora, porque eres doblemente cobarde y lo harás en silencio, como lo estás haciendo ahora en este dichoso metro.

Quizás no has probado huir de tu silencio y dar la mano al otro eso y convertirte en ese o esa. Pruébalo. Es otra opción. Unirse bien fuerte a “eso” que malgasta sus finos dedos mientras teclea con vértigo lo que parece un móvil o un cacharro de estos (su silencio); o unirse a aquél otro “eso”, lo que apoyado en la barra se aleja en sus particulares escudos, llamémosle auriculares, contra ese ruido espantoso, mientras escucha la música creada por otros que sí lograron activarse, pensar, componer y crear. Pruébalo. Suma almas, no miedos. Sumemos.

Es fácil. O ni siquiera fácil. No es nada. No existe la lucha. No existe el rival. No hay secretos. Quizá algún consejo.


Que la vida y el tiempo no te presten como esclavo. Que te prestes tú como el cuádriga que dirige la vida y el tiempo. Te sentirás mejor, te lo digo yo, que tras muchos latigazos recuperé el aliento. Te lo digo yo que, de tanto reflejarme, ya no me reconozco. Esclaviza tú al tiempo. Porque el que eres ahora, no eres tú. Y no. No te mires ni te remires más...

Daniel Arrébola 
@dani3arrebola 
@apetececine
http://apetececine.wordpress.com/

4 comentarios

INVIERNO Y FUEGO

“Revolución”, gritó alzando su brazo, su piel pálida como la luna realzaba el intenso color negro carbón de su pelo, sus labios amoratados e inmóviles; tan solo unos pantalones negros y ajustados lo protegían del frio aquella noche que comenzó estando en calma y acabó siendo un levantamiento ciudadano. Sus brazos fuertes seguidos de unas manos casi huesudas agitaban una pancarta que exigía libertad, su torso, marcado por el ejercicio, brillaba entre las oscuras humaredas que ensuciaban la ciudad proporcionando un poco de calor para la batalla.

“Revolución”, gritó clavando su mirada en los antidisturbios, su cabello rojizo y rizado, que unas horas atrás cubría por completo su espalda reposaba ahora trenzado sobre la misma, en la parte superior de su cuerpo vestía una camiseta ligera y vaporosa de color oscuro, su cuerpo pálido y fino, elegante y grácil, ese cuerpo que ahora se movía con la fuerza de todo un pueblo sublevado, sus piernas ocultas tras unos pantalones vaqueros tenían la seguridad, la valentía, que durante toda su vida había buscado, el valor para decir basta que ahora inundaba toda la ciudad.

Fue solo un instante, el instante en el que coincidieron las trayectorias de sus miradas, un segundo roto en el reloj, como un estallido de color, como el silbido de una bala o el estruendo de un plato impactando contra el suelo. El olor a café recién hecho en una mañana en calma, la felicidad que te impide respirar, una lagrima de felicidad, una sonrisa sincera, un jarrón cuidando de una flor hermosa, una carta de amor, un beso de buenas noches y una caricia de buenos días, el recorrido de un dedo en la espalda dibujando un corazón. Pero todo esto se desdibujó en sus mentes con la misma rapidez que había llegado, y el humo volvió a aparecer ante sus ojos, y los antidisturbios volvían a estar armados ante ellos, volvían a oírse los gritos de la gente, las pancartas volvían a agitarse sobre sus cabezas, pero ya nada era lo mismo, todo para ellos había dado un giro, continuaban mirándose fijamente y tras sonreírse comenzaron a acercarse.


Heridos, humillados, vencidos, victoriosos o sanos, aquella noche de invierno y fuego se irían juntos.

Alba Ferrer. 
@dihiftsukai
 
;