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CAUTIVIDAD

Despertó aquella temprana mañana tirada en la cama, y con pose de abandono, abandonada por el mundo y al fin abandonada por sí misma. Habiendo olvidado las clases, las tareas, sus deberes y obligaciones, yacía semimuerta en su cuarto, cual cadáver que aún respira, abrió los ojos y despegó con esfuerzo su mejilla del colchón, se sentó cara a la ventana y enrolló su cuerpo en un edredón calentito. 

Con el maquillaje destrozado; la mitad de la barra de labios pegada a la almohada y la otra mitad esparcida entre sus labios y sus comisuras, el rímel junto al lápiz de ojos marcando por sus ojeras y sus mejillas el recorrido de las lagrimas que la arroparon la noche anterior.

La habitación un caos, la ropa se derramaba de armarios y cajones como enredaderas que intentan trepar hacia la luz. Un vertedero de colillas y cigarros sin acabar en la mesita de noche y ceniza decorando el suelo color crema. Una foto de pareja quizás; los dardos que se clavaban sobre ella no dejaban distinguir bien las figuras.

Extendió la mano  hacia la cajetilla de tabaco y se encendió un cigarro mientras con la otra mano cogía por el cuello a su querida mascota, una botella de vodka, y la miraba fijamente pensativa.

Rosas, velas, pétalos… Pasaban sus recuerdos por su memoria.

Helado, risas, besos… Ropa, saliva, sudor…

Lagrimas, despedidas, gritos…

Gritó, un grito  irrumpió desde su estomago y se abrió paso a través de sus cuerdas vocales, la botella voló hasta la pared, rompiéndose en pedazos.

Le costaba respirar, pero lo conseguía agitadamente, los rayos de sol comenzaban a entrar por la ventana. Se levantó de un salto, un salto de rabia, y fue al baño, lavó su cara con agua helada, la secó, salió del baño, cogió su mochila y la llenó de libros, se vistió y salió por la puerta cerrándola con determinación tras de sí.

Había estado tres meses encerrada, tres meses borracha y desnuda, tirada en aquella casa, malviviendo. Era hora de volver en sí. Era hora de salir, hora de seguir.

Todos nos hemos sentido así ¿no? Encerrados en nosotros mismos, borrachos de dolor o de rabia, sin poder salir de nuestra mente para echar un vistazo al exterior, nos hemos sentido desnudos y desprotegidos. Pero siempre llega la hora de salir.

Salir de ese encierro voluntario llamado dolor.

Alba Ferrer.
@dihiftsukai
http://ytumihorizonte.blogspot.com.es/

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LA SENCILLEZ QUE ESCONDEN LAS 'GRANDES DIFICULTADES'

Una de mis mejores amigas siempre contesta lo mismo cuando le planteas cualquier dilema o situación en la que dudas sobre qué decidir o hacer. La situación que se acaba creando tras exponerle mi ‘rollazo’ es siempre la misma o sucedánea:

[…]

Ella: “¿Qué es lo que más te apetece hacer?”
Yo: "Tal o cual cosa".
Ella: “Pues haz eso”.

Y fin de la conversación.

Y es que al fin y al cabo, a mí me da que la vida debería funcionar así. Este pequeño diálogo me resulta casi siempre (al menos a corto plazo) la solución a casi todo.

Hay una canción que dice: "crecer es darte cuenta de que la vida no es como esperabas, todo es mucho más complejo". Y sí, es fácil estar de acuerdo en que la vida resulta más compleja y dura a medida que uno crece pero… ¿hasta qué punto? Considero que escribir aquí sobre lo que supone en cada uno el hecho de ir creciendo es absurdo, ya que cada vida (y más en los tiempos que corren) sigue un camino distinto, y que por lo tanto, implica y requiere la asunción de determinadas responsabilidades y a la vez, la esquiva de otras tantas… Dependiendo del rumbo que uno tome, claro está.

Pero a todo esto, lo mejor de todo es que, contra lo que la mayoría piensa y el pesimismo defiende… cada uno SÍ elige y ha elegido la vida que está viviendo.

Encontrarás mil excusas para defender que no tienes la culpa de estar viviendo tal situación o que te ocurra tal desgracia… Y realmente estarás en lo cierto. Tú no siempre tienes la culpa de todo lo que te pasa, pero lo que sí que tienes, es el derecho, y sobre todo, la oportunidad e incluso la obligación, de tomar las riendas de tu situación y la mayor desgracia que te esté ocurriendo ahora mismo, y utilizarla de trampolín hacia tu próximo éxito, trofeo o causa de felicidad. De lo único que podrías considerarte culpable sería de quedarte ahí, sentado y sin mover un dedo por encontrar soluciones a la "desgracia" y por lo tanto, no hacer nada por continuar creciendo.

Hay un viejo y conocido proverbio que dice que lo único que no tiene solución es la muerte. Y es que los problemas en sí no existen. Existe lo que nosotros hagamos de las situaciones con las que nos encontramos. Existe la actitud con la que decidimos enfrentar un reto, un contratiempo, una falta, un abandono, una pérdida… Podemos decidir quedarnos ahí, frente a lo negativo que la situación nos traiga y preocuparnos, ofendernos, entristecernos, empequeñecernos, incluso explicarlo y repetirlo una y otra vez mientras no hacemos absolutamente nada para remediarlo…Si nos empeñamos, siempre, sin duda alguna, absolutamente siempre, tendremos algún motivo por el que estar tristes o poder quejarnos. El ser humano tiene esa capacidad, la de focalizar su atención sobre aquello que él mismo decida.

Día a día pasan cosas en el mundo, en nuestra vida, en la vida de los que nos rodean y en la de las millones de personas que no conocemos. Pasan cosas buenas, y pasan cosas malas. Hechos por los que alegrarnos y hechos por los que no. ¿Por qué tenemos esa facilidad en empeñamos por ver lo negativo en lugar de decidirnos a centrar nuestra atención en todo lo bueno que está pasando a nuestro alrededor y a nosotros mismos?
De verdad, se puede. Y en contra de lo que algunas filosofías y religiones nos quieran hacer creer, puedes hacerlo ahora mismo. Puedes hacerlo cada día al levantarte. Y en cada momento de tu vida.

No existen las personas eternamente negativas, ni malas, ni estúpidas, ni pesimistas, ni egoístas… Lo que existe es la creencia de que eso es así y las etiquetas que nos ponemos a nosotros mismos o que le ponemos a los demás.

Lo cierto es que cualquier persona, en cualquier momento, tiene la capacidad o el poder de cambiar cualquier pensamiento sobre sí mismo y cualquier actitud frente a la situación que tiene delante. Es absolutamente posible y todos somos completamente capaces de cambiar, desde lo que creemos sobre uno mismo, hasta lo que pensamos sobre los demás. Y así, cambiando lo que hasta ahora creías, y rompiendo barreras o desenganchando las etiquetas que le hayas puesto a los demás o a ti mismo, te estarás dando a ti y al resto la posibilidad de sorprender y sorprenderte. Que no es más que la posibilidad de vivir y sentir la vida de una manera que te da el poder de cambiar todo lo necesario para ser lo que quieras ser, y sentirte, por encima de todo, que eres y haces lo que verdaderamente deseas. Sin excusas, sin quejas. Sin culpas ni culpables.

Alba Villafañe. 
@alalba11 

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EMPEZAR DE CERO

Opresión en el pecho, desesperanza, pensamientos que te abaten el alma y que no te dejan ver con claridad lo bueno que tienes a tu alrededor.

         Sueños truncados, rotos, ilusiones que saltan por los aires en tan solo un segundo y cuando piensas que nada peor puede ocurrir, un fantasma te asalta en mitad de la noche diciéndote que todavía tienes que seguir luchando porque las cosas sí que pueden empeorar.

         Destrozada, te derrumbas, lloras, gritas y te preguntas qué es lo que hiciste mal en otra vida para que nada de lo que te propones salga bien. Metas a las que el resto del mundo llega sin apenas cansancio, sin tener que apartar de su camino la multitud de obstáculos que tú tienes y que al pasar esa meta ni siquiera lo valoran, mientras que tú apenas sí la llegas a rozar con la yema de los dedos cuando estás sin aliento y con las fuerzas justas para dar un par de pasos más. La impotencia te invade al ver como es meta se esfuma delante de tus ojos y el resto del mundo ni siquiera da las gracias a la vida por tener lo que tú tanto ansías.

         Pero cuando crees que ya no puedes más, cuando temes que la incertidumbre de lo que te va a ocurrir se convierta en otro palo que te hunda del todo en el fango y que haga que tu vida continúe siendo una lucha constante de la que ya te quieres rendir… una leve luz se ilumina al final del túnel. Un pequeño respiro que hace que la fuerza te invada de nuevo, que desees seguir luchando y que te propongas pasar página para empezar de cero. El aliento de tu familia y las palabras de ánimo de tus amigos son un revulsivo que te hacen despertar de tu letargo para volver a la realidad y objetivamente descubrir que no todo era tan malo como parecía.

         Porque precisamente eso es lo que te hace ganar una batalla o asumir una derrota. Pasar esa página de tu historia para seguir escribiendo tu futuro según la pluma del destino o de la suerte te permita. Empezar una etapa que estás segura que será dura porque parece que tu madre te parió siendo una luchadora nata pero en la que te sentirás llena de orgullo si al final consigues lo que quieres. Así esa meta que te arrebatan una y otra vez, vuelve a aparecer en tu horizonte y de nuevo te atas las zapatillas de correr, te pones la armadura y respiras hondo para ir otra vez a por ella.


         Empezar de cero no significa enterrar los recuerdos, hacer como si el pasado nunca hubiera existido, negar lo que la vida hasta ahora te ha dado, ya sea bueno o malo, empezar de cero significa replantearte tu vida, aprendiendo de los errores, madurando por las experiencias vividas y comprometerte contigo misma para no rendirte. Y luchar de nuevo por todo aquello que quieres para que cuando lo consigas, cruces la meta con los brazos en alto y te derrumbes, de nuevo llorando, pero esta vez de alegría y satisfacción por haber logrado lo que tanto te ha costado, porque tarde o temprano, lo conseguirás. 

María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" (Falsaria).
@Marynfc
http://elmundodelosojosdelmisterio.blogspot.com.es/

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¡ENCANTADO GRANADA!

Entre esa retahíla de joyas, mis ojos -mucho más oscuros y contaminados que los de los granadinos- se centran rápido en un gran diamante que reluce más que el resto. En la cima de la montaña lo encuentro imponente, espiador e impasible ante cualquier sentimiento cruzado entre granadinos y visitantes: ¡Claro que me refiero a la Alhambra!, a la que, por cierto, mencionaré respetuosamente por primera y última vez por su nombre -tan correcto como largo- como es Conjunto Monumental de la Alhambra y el Generalife. Pero si tan hermosa se presenta en lo alto de la ciudad, igual de bello se presenta el camino inevitable a realizar para llegar a su acogida. Un periplo de calles estrechas y empedradas, de cuestas y bajadas, de casitas blancas y tímidas que aparentan sonreírme mientras piso ese asfalto adoquinado. Y es que, realmente en estos recovecos tan humildes uno siente la impresión de que todos los relojes del mundo radiquen congelados para contemplar el encanto de rutas tan elegantes como confusas: para contemplar el barrio del Albaycín.

         El barrio, declarado en 1984 Patrimonio de la Humanidad junto a la Alhambra y el Generalife, es sin duda el más singular y visitado por todos aquellos que se aventuran por vez primera -y las veces que haga falta- por Granada. Y entiendo el por qué cuanto más me adentro en ese lugar de almas tranquilas. Subo por la Cuesta de Alhacaba a paso lento, muy lento... consciente de que hacerlo deprisa y corriendo resultaría todo un secuestro de emociones que no podría perdonarme. -¡Buenas tardes!, -¡Qué vaya bien!, -¡Aprieta el Sol pero qué fresquito se está aquí! Las gentes -buena parte de ellos de la etnia gitana- van apareciendo a cuentagotas en este tranquilo espacio. ¡Pero qué forma tienen de aparecer y de recibirte! Y es que las gentes de Granada son tan amables y chisposas como su lugar.

         Y, allí donde cambia el nombre de la Cuesta a la del Chapiz, justo al llegar al pleno corazón del barrio, decido dar un respiro a mis piernas, músculos, tendones y, por qué no decirlo, emociones. Es mediodía de un soleado y radiante día de Agosto y me  encuentro en pleno barrio del Albaycín: no es banal decir que espacio y tiempo aquí conforman un lugar de poder. Dispuestas entre medio de las casuchas inmaculadas que te acompañan por el barrio, se encuentran las famosas tabernas de estilo morisco donde cuyas bocas, ubicadas de manera tan disimulada como estratégica, actúan casi de imán para impulsar a adentrarme en una de ellas.  Una vez dentro soy consciente que le he dado al Sol, a las casas blancas, y a las vistas monumentales toda una tregua en ese baile tan intenso como romántico que llevamos de buena mañana. Pero es que no es menos profundo contemplar el interior de esta cantina: paredes rocosas y ornamentadas con toda una alegoría de folclore árabe y andaluz; salitas recogidas pero adosadas para disfrutar junto a los demás clientes de tus consumiciones junto a tablas de mesas grandes y anchas. Me siento en los también holgados sofás que acompañan a estas tablas y en esta cueva tan fresca le pido un tinto de verano a una camarera que -todo hay que decirlo- presenta el ADN de belleza granadina: cabello al viento oscuro azabache; piel parda y ojos ingentes verdemar que, como un  torrente, me exponen su alto voltaje al mirar a los míos.

         Se llamaba Amalia, aún no había llegado a la treintena y pese a haber nacido en Córdoba se sentía granadina desde niña cuando emigró con sus padres a la ciudad. De su charla confirmé dos cuestiones: por un lado el carácter afable e inquieto de los granadinos y por otro, que realmente me encontraba en un lugar rebosado de historia cuyas gentes alimentaban: -En este lugar han ocurrido varios de los sucesos más importantes de la historia de España- fue, entre el arroyo de frases, la que más y mejor se selló en mi mente. Al salir al exterior volvía a expirar...ahora incluso me entraba el olor de cada átomo de Granada mientras avanzaba por la calle San Juan de los Reyes. Y subiendo por la calle Zenete me preguntaba ¿Cómo un espacio aparentemente tan virgen  ampara tantas páginas de historia? Y sin apenas advertirlo, me encontraba apoyado en restos de la antigua muralla árabe zirí de la antigua Alcazaba Cadima. Cerca de allí, ascendiendo unos pasos más, alcanzaba el Mirador de San Nicolás que me ofrecía la mejor vista posible de la Alhambra. Y tras una hora de paseo por una senda boscosa y empinada, y sintiéndome el protagonista de una fábula medieval, llegaba, al fin, a los pórticos gigantes de la joya de la corona.

Daniel Arrébola.
(Extracto del reportaje ¡Encantado Granada!).
@dani3arrebola
@apetececine

 
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