SILENCIO EN EL AVIÓN


Tiene respuesta para todo. Entre su reducido equipo de expedición a ÉL le llaman Profesor, con tono mayúsculo y eminente. Y en aquel momento, ese Profesor pasa por el habla silenciosa de cada una de las mentes de los presentes sin llegar a articularse en sonido. Quizá ÉL seguía teníendo una respuesta, pero esta vez nadie se atreve a despejar la incógnita. El único e intratable ruido perceptible, fundido con la tensión nutrida de temibles respiros, es el de las aisladas turbinas del motor de esa avioneta en la que siguen viajando desde poco antes de la hora de comer. El reloj marcaría ahora cerca de las cuatro de la tarde y en ese plazo de sobremesa acaba de ocurrir el lance que justifica la victoria del silencio.

La mujer lleva treinta segundos de espaldas y acuclillada. Su contorno esbelto presume una ligera posición fetal. No ha abandonado la esbelta azafata esa extraña e incómoda figura desde hace ya más de medio minuto cuando el resto del equipo se había recompuesto entre el desorden de topetazos y tropezones de maletas. Y la cuadrilla quedó recompuesta con la pereza rutinaria con la que quedan equipadas y abrigadas unas almas habituadas a los agresivos torbellinos personados por esas zonas australes. Pero no contaban con esta incierta novedad opuesta a sus rostros: la mujer lleva más de un minuto en cuclillas cargada de un mutismo espantoso. Instalada en esa embrollada posición, mantiene su carne alejada del resto de un grupo refugiado al otro extremo del cuerpo del aparato y al calor de las piernas del Profesor, que sigue en frente y en silencio contemplando a la mujer.

-¿Puede usted levantarse? - son los primeros vocablos que a ÉL, el Profesor, le salen con más espanto que entereza.

Mas la mudez mantiene abanderada a la joven mujer que sigue de espaldas al colectivo y que parece haber encerrado en su propio cuerpo cualquier indicio de emociones.

-¿¿Pero qué le pasa?? ¡¡Respóndanos!!- este último imperativo sale expulsado por la garganta de la chica más joven de la expedición pero vale para aliviar el ruego de inquietudes de todo el corro.

-Shh. Silencio.- A ÉL le sale por inercia esta respuesta con la tullida ilusión de que así, acallando al grupo, se acerca al misterio.

-Por favor. Si es capaz de entenderme, levante una mano- parcialmente aliviado ÉL por acabar de soltar la primera frase sin órdenes ni interrogantes.

Pero tras pasar otros eternos veinte segundos, el silencio se mantiene firme como la única respuesta auténtica y afectiva. Y ÉL, a pesar de su carácter combativo, está decidido a abandonar su ilusoria táctica y a darse por vencido cuando advierte que el chico más insubordinado dentro de la exquisita sublevación va a abrir la boca en un gesto que promete más toxinas que soluciones. Pero no le da tiempo:

-¿PUEDE USTED LEVANTARSE?- emite con resoplo la mujer.

Resulta imposible calcular si la emoción del momento por ver al fin roto el aterrador silencio es directamente proporcional al incremento de latidos en ese ya claustrofóbico aeroplano. Esta vez ÉL, el Profesor, frena al alumno rebelde con una mano antes de verse frenado él mismo en su siguiente construcción de vocablos, que queda del todo pisada y hundida:

-¿¿PERO QUÉ LE PASA?? ¡¡RESPÓNDANOS!!

Ahora es cuando todo el grupo, sin excepción, advierte que esa mujer, mantenida de espaldas y en su enmarañada posición, ha repetido y repite, como único escudo sin creación sobre el silencio.

-¿¿Nos está tomando el pelo??-.

-¡¡Shh!!¡¡Silencio!! - esta vez el profesor acalla con más brío y cierta rabia a su alumna más inocente y vulnerable.

-¡¡SHH. SILENCIO!! POR FAVOR. SI ES CAPAZ DE ENTENDERME LEVANTE UNA MANO. ¿¿NOS ESTÁ TOMANDO EL PELO?? ¡¡SHH, SILENCIO!!-.

El silencio ha pasado de bando con la mayor de las velocidades, que no es otra que la de la sorpresa y estupefacción. Todos ya son capaces de comprender que esa mujer, la cual sigue de espaldas y en cuclillas, repetía y repite la unión de términos escurridos por cada una de las voces. Tampoco queda ni un alma que, a pesar de la emborronada situación, no repare en que la mujer repetía y repite con mayor presteza.

Medio minuto queda registrado como el lapso aproximado de recomposición de un armamento colectivo compuesto por reserva y sigilo. Nadie abre la boca. Parece que ese mutismo es la premisa en común y dilucidada para ganar este insólito desafío. El siguiente paso es físico y lo da ÉL, un Profesor que, ahora ya sí, se ha ganado los únicos gramos de respeto y mando absoluto que le faltaban para adueñarse de la situación y comandar los movimientos. Y ahora se mueve, muy lentamente, pero se mueve y parece hacer mucho levantando una pierna y otra... Hasta que su pequeña rebelión de pateos queda culminada a escasos dos metros de la mujer.

-¿Podría usted darse la vuelta?- a ÉL, le parece que por esas cinco palabras que acaba de pronunciar caen cinco lágrimas compuestas de nervios, emoción y espanto.

Y se tiene que contener con fuerza descarada en el momento en que la mujer comienza a darse la vuelta.

El grupo entero también contiene sus alaridos para adentro. Quitando un leve colorido amarillento en sus pupilas, y cierta y visible expresión belicosa en su rostro, la mujer azafata seguía en lo físico exactamente igual que la recordaban hace un par de minutos, pero el hecho de haberse dado la vuelta atendiendo por vez primera una orden y sin pronunciar repetición alguna es demoledor en aquel instante y alturas de acontecimiento.

Segundos inmortales de miradas clavadas como una vela en el rostro opuesto. La tensión in crescendo colma un ambiente cuyos sujetos han olvidado hasta que están en pleno vuelo. El arqueo de cejas de ÉL, es cada vez menos disimulado y de manera impetuosa intenta mantener su respiración. Se decide a combatir una vez más el violento silencio:

-¿Qué te pa...?

-¿¿QUÉ TE PASA??-

Sí. La mujer ha rematado la frase antes de que ÉL la acabase. Ha hecho eso y de propina ha elevado el volumen de terror y espanto en cada rostro de la expedición y sobre todo en el de ÉL. El horror físico escupe al mental y en cada rasgo de la faz de ÉL queda certificado que por primera vez está perdiendo una partida inexplicable. Recompuesto con ilusorio pundonor ya tenía en mente su próximo disparo compuesto de pólvoras de palabras más pesimistas que esperanzadoras, pero al fin y al cabo tenía que disparar...

-QUIERO AYUDARTE-.

-”Quiero ayudarte”-.

Así es. Esta vez no ha rematado sino que se ha anticipado por completo a lo que ÉL acaba de expresar. Un alarido brota de la garganta de una de los miembros del grupo, inmóvil, petrificado en las pieles y en los sesos ante lo que desde hace poco más de cinco minutos están viviendo.

-MANTENED LA CALMA CHICOS. NO DÉIS NI UN PASO NI DIGÁIS UNA SOLA PALABRA-.

No variaba ni un sola letra ni un plumazo de la entonación: ÉL estaba pensando en eso y eso es lo que iba a decir. Ni siquiera le había dejado descargar el primer vocablo. Es justo lo que iba a exclamarle y ahora la mujer lo mira con la sonrisa de un sutil triunfo mientras ÉL, bañado en la estupefacción, se ha olvidado de respirar y de desclavar sus pupilas en aquello que fuese que le estaba ganando.

Seguramente la inacción entre ÉL y sus pupilos era la única y más coherente de sus posibilidades de respuesta cuando aquella mujer poseída abría la compuerta más cercana y se lanzaba al vuelo. La última mirada que esa mujer azafata les brindaBa se cargaba de victoria, satisfacción y júbilo. El alarido final que vivió y murió entre las nubes podría expresar muchos placeres. Probablemente expresase el de haber alcanzado su meta.

Todos sabían lo que acababa de ocurrir pero nadie sabía por qué acaba de ocurrir. Todos sabían que esa posesa mujer había primero estudiado, luego repetido y finalmente adelantado al habla y pensamientos del ser humano. Había vencido.

Y entre el compás del ruido sonoro del motor del avión, entre los músculos tensos de cada rostro que formaba ese atormentado equipo y entre las miradas fijas hacia un vacío de recuerdo, el silencio se rompía tras varios minutos de vida:

-¿Qué era Profesor?

-No lo sé...

Daniel Arrébola.
@apetececine
http://apetececine.com/

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