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SONETO ENSOÑADO A CANNES


Sobre tu alfombra la sangre derramada entre claquetas
destapa la senda a corazones reflejados tras pantallas,
a unos ojos claudicados, por estrellas sus murallas, 
a latidos bajo cámaras entregadas a profetas. 


Y vestido entre el espejo el festival del planeta 
dispara sobre el mar sus cintas, sus batallas, 
película enlatada en el cielo donde ensayas 
la magia por diálogos filmada en la butaca del poeta. 


En Cannes cumpliendo un sueño, directores de la Luna,
que de oro moldeada una Palma se hace premio a lo irreal,
y un intérprete por visión es su fortuna.


Palacio de inquietudes de cristal, 
no hay más príncipe que memoria como cuna
no hay más cine como espada para el mal. 




Al Festival de Cannes. Porque no sólo se cumplen sino que se crean los sueños. 

Cannes, Mayo de 2015
D.A.C. 

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METROS Y ADIOSES


En el andén negro de esa mañana
un millón de veces andado
en exceso percutido por las suelas,
se abre una puerta y tras ella,
salvajes y arremolinados,
el repetido mar arisco de cabezas;
sé que siempre ha estado allí,
soy quien no pertenece aquí.

Estoy haciendo mi deporte favorito
ya sabes ese de vagar y observar
mientras otros se rebaten
con sus conflictos cotidianos,
soy el epicentro de esta filmación
aferrado como ultimo dosier
a las letras que no dejo de abrazar,
con certeza que nadie da nada por nadie.

El bullicio agreste de todos los días
hoy marca un punto y coma,
haciéndome recordar a la fuerza
una tarde de pan dulce y cafeconleche
también de todos los días.
Con los arpegios de Gonzalo Teppa
y la ventana que diseca el tiempo,
siento una nostalgia que nunca esperé.

Es hora pico, las corrientes son notorias
todos van dirección Plaza Venezuela
con los ojos vahídos y las manos ocupadas
en el vagón superpoblado y fastidiado
algún sonido me recuerda a The Man I Love
pero solo yo me percato de ello
habitando en mi mente desmantelada
y sintiéndome huérfano de tu amor.

Las personas se empujan desesperadas
enfurecidas con el tiempo
que no vacila en quedarse corto,
se me olvida que la anhelada tranquilidad
es una representación moderna de libertad
cuando siento el impulso de agitarme
si quiera para abrirles el paso,
aquí nadie cree más que en sí mismo.

Me perdí en la Avenida Urdaneta,
en el famoso bulevar refugiado
bajo el puente de las Fuerzas Armadas
habían muchos libros y me creí en casa
pero recordé a Schoppenhauer
como un regaño, que me incluía:
confundimos la compra de un libro
con la compra del contenido del libro.

Volví a sentirme huérfano de adioses
y ¿por qué no decirlo? De amigos
esta metrópolis se mueve rápido
y no parece darse cuenta ni de reojo
que me jubilo de ella con descaro
con un chao huraño e impersonal
y que la uso para desterrarme
de mis intentos de alejarme de ti.

Wilmer Ricardo Acosta-Izturriaga.
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BESOS DE CENIZA, BESOS DE CAFÉ


No quiero que me moleste ni tan siquiera la hora cuando pierdo el tiempo contigo. En mi locura sé que el reloj se acelera cuando te acercas a mí. Transforma las horas en segundos ante nuestros ojos ausentes, sin remedio, no hay forma de escapar. Cada instante se convierte en menos cuando estás conmigo, cuando estoy contigo, cada tic y cada tac del reloj se me clava en el sentido común, que grita que debo irme, que no puedo estar contigo.

Cada milímetro que se mueve la aguja es una caída más sin remedio, una caída en tus ojos absortos que me observan fijamente, una caída en el aroma de tu piel, como una droga que consume mi agonía. Cada instante que pasa es una caída en tu sonrisa, en tus labios, que aún sin sabor a miel, a cerezas o a caramelo me hacen adicta, besos de café por las mañanas, besos de ceniza en las despedidas. 

Si cada fibra que te tocase supiera cuán afortunada me sentiría yo en tu cama; si cada gota de agua llorase por mí la distancia que se nos guarda; si cada minuto sin ti supiese cuánto me daña... Quizás así nos pararían el tiempo, quizás se disculpasen por cada aliento que perdimos vacilando en los andenes de nuestras idas, quizás así nos abandonarían en un lugar recóndito donde amarnos fuese nuestro deber, y los amaneceres nuestro castigo. Un lugar sin prisa, un lugar sin miedo, un lugar donde poder gritar, reír tan fuerte como quiera, un lugar donde las caricias no se vean pervertidas, donde el llanto no sea una debilidad, donde la valentía de amar se respete, un lugar donde los besos no sean incómodos para el resto del vagón, un lugar donde decir te quiero tenga más valor que pedir perdón.

Quizás si supiesen nuestro secreto, que estiramos el tiempo entre miradas torpes, manos no muy bien amaestradas, gestos patanes y palabras dichas al oído... Quizás así nos dejarían aparcados a parte, solo un tiempo, nos darían un descanso de este mundo atareado, sin pausas para paseos al atardecer. 

¿Es pedir demasiado que me beses otra vez?

Alba Ferrer.
@dihiftsukai

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EL SECRETO DE SU NOMBRE


Lo conocí hace algún tiempo, entonces no me pareció relevante en absoluto el lugar donde lo vi por primera vez, sin embargo, ahora todo me resulta evidente. Desde el minuto cero supe que se trataba de alguien distinto, recuerdo cómo asomaba a sus ojos el destello del tesoro que –  imaginé –  encerraba en su interior. No sabría decir muy bien por qué, pero algo en él me hizo despertar del profundo aletargamiento que, hasta entonces, había teñido toda la mañana. Sin él saberlo, se encargó de plantar en la boca de mi estómago las semillas de la curiosidad y de la intriga. ¿Qué sensación era aquella? ¿Qué secretos encerraba bajo su piel?

Recuerdo cómo abrió cuidadosamente la puerta de la biblioteca, cómo avanzó por el pasillo tímidamente, evitando, a toda costa, el crujir de la madera bajo sus pies. En seguida me di cuenta, se trataba de uno de esos “especímenes” que tratan de pasar totalmente desapercibidos, que tratan de evitar, sea como sea, que cualquier mirada se pose sobre ellos, como si tuviesen miedo de desagradar o molestar a alguien. Ese tipo de personas que a mí me llaman poderosamente la atención. Lo examiné celosamente, observé cómo, a medida que recorría el infinito pasillo, escudriñaba los títulos de los libros que forraban las paredes. ¡De qué modo lo hacía! ¿Acaso se sabía de memoria todos aquellos libros?, ¿recordaba cada una de aquellas páginas que se escondían bajo las descoloridas cubiertas?, de no ser así ¿por qué ponía esos gestos que anunciaban un sentir amargo o complaciente según el título que leía?

Quiso la casualidad – o bien el caprichoso destino – que se sentase en la mesa que yo ocupaba, justo en la silla de enfrente. Sin querer – sin querer evitarlo – se cruzaron nuestras miradas, y a modo de un tímido saludo, como anunciando que íbamos a ser compañeros de estudio durante algún rato, nos dedicamos unas sonrisas casi imperceptibles. En seguida me puse a revolver los incontables folios que se esparcían sobre la mesa  tratando de apartar, en vano, la curiosidad que me producía ese individuo. Él, por su parte, se adentró con facilidad en ese mundo interior que parecía llevar consigo.

Desde ese momento las palabras se aglutinaban en mi cabeza formando centenares de preguntas; fijé la mirada en mis apuntes  y aún así, mis ojos parecían querer escapar y lanzarse a su encuentro. Finalmente, se posaron mis pupilas sobre una de sus hojas de papel, mi sorpresa aumentó cuando logré leer esa letra inmaculada. La misma palabra estaba escrita cientos, miles de veces, ocupando todo el folio y dejando escasos espacios en blanco. ¿Había estado todo ese rato leyendo la misma palabra? Esto ya terminó de confirmarme que aquel no era un chico cualquiera. ¿Qué hacía una persona leyendo infinitas veces la misma palabra?, ¿acaso era una especie de mantra? Estaba decidida, debía encontrar cualquier excusa para escuchar su voz, para hablar con él.

Casi sin poder evitarlo y dejándome llevar por esa necesidad imperiosa de saber, le pregunté, a modo de susurro y sin un gesto previo que le indicase que le iba a hablar, si sabía dónde estaba la sección de literatura del siglo XIX. Él, sorprendido por mi interrupción, se tomó unos largos segundos para reformular de nuevo la pregunta en su mente y, como si luchase por escoger las palabras adecuadas, me contestó suavemente: “en frente de la sección de literatura hispanoamericana”. Ya veis, ¿qué de especial tienen estas ocho palabras?, pues parece ser que él sentía algo al pronunciarlas, porque justo después de dejarlas escapar recorrió rápidamente su boca con la punta de la lengua, como queriendo degustar los restos de las letras que habían quedado en sus labios.

Fueron pasando los días y estos se convirtieron en semanas. No sé cómo me las ingenié, pero cada día que coincidíamos me aseguraba de escucharle hablar. Él, lejos de sentirse molesto, me contestaba amablemente a todas y cada una de mis preguntas. Una y otra vez repetía el mismo y cuidadoso procedimiento antes de hablar: escogía las palabras y luego disfrutaba o se deshacía rápidamente de los restos que estas le dejaban. Tenía curiosas manías, cuando hablaba más de dos o tres frases seguidas se pasaba un pañuelo por los labios a modo de servilleta, como cuando alguien se queda empachado de tanto comer o cuando se engulle sin miramientos. Con el tiempo fuimos cogiendo confianza e incluso fuimos hablando fuera de las horas de biblioteca. Sin embargo, en todo ese tiempo no dejaron de sorprenderme sus extraordinarias manías, a veces decía palabras sin ningún tipo de orden, palabras y más palabras, como si en el pronunciar cada una de ellas le produjese una agradable sensación; como si buscase en cada una de ellas una esencia escondida.

Un día, un día del que no recuerdo el número ni el mes, me preguntó mi nombre. De repente reparé en que habíamos pasado todo ese tiempo sin la necesidad de preguntar por los nombres. – Melva – le dije. Repitió con parsimonia y admiración mi nombre. Sus ojos se iluminaron, tragó saliva, se llevó – con toda la delicadeza de este mundo – las manos a la boca, como queriendo impedir que se escapasen esas cinco letras. Una lágrima resbaló por su rostro. Y la paz y la felicidad se reflejaban en su expresión. Y yo, sin comprender del todo, disfruté con él de ese momento que parecía que hacía tiempo que andaba buscando.

Entonces me lo explicó todo.  –¡Es la magia de la sinestesia! – me dijo – En la psicología, es una condición neurológica que mezcla los sentidos. Es lo que permite que algunas personas, como yo, puedan saborear las palabras; que otras puedan oler los colores, escuchar los números, percibir los sentimientos como colores…  – entonces comprendí.

– Llevo toda la vida buscando una palabra – me confesó – que me inunde de dulce el paladar, que me sepa a miel, que me haga sentir único, completo. Y esa palabra eres tú.

Sammy.
@sarazamz

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EL SUEÑO DE IZARO


Se encienden las luces, abro una puerta y veo una habitación con un techo de madera y paja. Abro otra puerta y salgo a un bosque oscuro y tenebroso. Todo es tan extraño...Salgo de aquella casa y a cada paso que doy, el bosque se estremece, existe en ese momento una lluvia de hojas doradas. Esa noche la luna no alumbraba, pero había algo que emitía una luz en lo más profundo del bosque, como si el bosque hubiera robado la luz a la luna. Sigo andando, un grupo de búhos me acorrala ante mi mirada desconcertante y desafiante. Aquellas aves empiezan a cantar, a volar a mi alrededor. Se alejan dos metros y vuelan en círculos, a una velocidad extrema. En cuestión de segundos, los búhos desaparecen, como si la oscuridad se los hubiera comido. En aquel círculo aparece una bella mujer, con un vestido de falda muy larga, un vestido azul claro que radiaba una luz cegadora. Había encontrado aquella luz del bosque. Me hace un gesto de seguirla y desaparece. Todo es tan real y a la vez tan irreal... Sigo caminando, sigo su luz, mientras el aullido de los lobos hace de banda sonora. Se me empiezan a cansar las piernas, es un terreno desconocido, no es tierra, no es arena, no es hierba, ni es barro, es como andar sobre arenas movedizas. Salgo de aquel bosque a una explanada, me siento en una roca a descansar, a pensar en qué esta pasando. Las rocas empiezan a crear unas raíces de piedra que intentan atraparme, abrazarme. Me escapo como puedo y empiezo a correr, parece que lo más seguro será adentrarme en el bosque que está a continuación. Llueven pétalos blancos, cuanto más me adentro más llueve, al fondo veo una manada de lobos blancos dirigiéndose hacia mí a toda prisa, y yo simplemente me paro y los miro. A un metro de mí se detienen repentinamente. Obedecen a una voz tan dulce y a la vez tan enigmática...Una persona a lo lejos vestida de rojo, con una gran capucha que le tapa toda la cara se dirige hacia mí pero muy lentamente. Alza los brazos y los lobos se convierten en poderosos hombres con antifaz y pelo blanco de lobo. Aquella persona se quita la capucha y es otra bella mujer, con pelo blanco nieve. ¿Es un cuento? Ya me habían contado esa historia en que una niña es engañada por un lobo, pero esta vez el lobo es engañado por esa bella mujer y solamente obedecen a su extraña voz. Había algo en ella... locura tal vez.

Me preguntó qué hacía por estos bosques. Le dije que no sabía nada, de repente me encontraba en una habitación con una sola puerta. Al decir eso se acercó a mí asustada y me dijo que la siguiera. Pararon de llover pétalos blancos, todos los animales del bosque nos observaban con miedo. Ellos más extrañados que yo ante mi presencia. Me lleva a una plaza con el suelo de piedra y musgo rojo. En medio de la plaza una gran caja musical cerrada. En cuanto piso la plaza la caja se abre, en ella sale una bailarina bailando al ritmo de esa música. Aquella bailarina era la mujer vestida de azul claro. La plaza se iluminó de una luz blanca preciosa. Una maravilla para los ojos de un mortal. Ella baila sobre un gran espejo. Toda la luz se reflejaba en ese espejo e iba directo al cielo. Miré arriba y la luna se iba llenando de luz. Mientras la bailarina se quedaba sin luz. Poco a poco la plaza recupera la luz de luna natural. La intensidad de ese acto destrozó el gran espejo, la pista de baile cayó y la música se paró. La bailarina se desplomó, corriendo fui a por ella, y cuando estaba a centímetros de ella, puf, desaparece otra vez. De ella cae un trozo de espejo intacto, una forma cuadrada perfecta. Lo recojo y me miro en él. Sobresaltado lo tiro asustado. No podía creer lo que había visto, mi cara era la cabeza de un cuervo, un cuervo blanco. La mujer del vestido rojo estaba observando todo, desde la lejanía, me respetaba, me temía, me entendía. Me explicó quien era, el gran cuervo que descansa en aquella vieja casa de paja. En el reino de los bosques habita un poderoso hombre cuervo, pasea todas las noches vigilando, buscando aquella mujer de vestido azul. Es capaz de amansar cualquier fiera, es dueño y señor de los bosques, de la tenebrosa noche. Pero no es capaz de sentir la piel de aquella mujer a la que ama. Yo era aquel hombre, increíble, esto no podía estar pasando. Le dije que me llevara a donde ella habita, donde pueda sentir su corazón con el mío. Me dijo que la siguiera de nuevo. A cada paso observaba el bosque, veía aquellos búhos agachando la cabeza como si vieran a un rey. Aquellos lobos blancos también agachaban la cabeza y todo animal que rapte, que vuele, que ande, que trote, que nade, todos obedecían a mi voz. Llegamos a un camino iluminado con grandes candelabros. Al fondo una casa azul que emitía una música alegre, alocada. Se escuchaban risas, alborozo, era una gran fiesta. Nos postramos ante una pequeña puerta blanca protegida por dos hombres vestidos de azul sosteniendo unas grandes ramas rudas. Al verme me abren la puerta, nos adentramos pero dentro solo se escuchaba el sonido del viento chocando con aquella casa. En medio, la bailarina del vestido azul. La pregunté su nombre, quién era ella para haberme cautivado de esa manera. Volviéndose me miró y tras varios segundos, me dijo con voz suave, Izaro es mi nombre. Se acercó a mí despacio, me miró fijamente a centímetros de mí. Su mano se fundió con mi cara al acariciarme. Me tocó la cabeza como si pudiera tocarme la parte más profunda de mi cerebro. Le dije que me dejara sentir su piel pero ella me respondió "no puedo, no soy de este reino, todas las noches vienes a buscarme pero es un amor imposible, soy un astro de luz, nada más que un astro de luz..." Yo la dije "entonces arráncame la mortalidad, renuncio a este reino. Mi verdadero reino está junto a ti, reina de los astros, hazme astro, estoy cansado de buscar el sentido de tu piel...es el momento." De inmediato aquella sala se empezó a llenar de luz, ella empezó a bailar delante de un espejo que reflejaba toda esa potente luz sobre mí. Notaba como mi rostro volvía a ser el que era, mi cara volvía a su forma natural y mi cuerpo se desprendía en el ambiente. Cuando paró de bailar, el espejo se partió. El techo de aquella casa se abrió. Izaro y yo subíamos, flotando en el aire, nos fundimos en un beso, un beso que creó una luna llena. Debajo se escuchaba una orquesta compuesta por el reino de los bosques, una ceremonia especial como si de una boda se tratase, el temible señor de la noche y los bosques y la radiante reina de los astros de luz. Luché por algo imposible, una vez más, ganó el amor a lo imposible. Ella no se cansó, no se rindió y encontró a su media luna. De repente un gran estruendo suena en el cielo, tiembla todo, un sonido muy desagradable y entonces me despierto, empapado de sudor, apago el despertador. Hora de levantarse, todo había sido un sueño, un sueño demasiado extraño y a la vez increíble. Noto una presión en la cabeza, qué raro... Por fin consigo levantarme, miro hacia la ventana y veo una marca de manos en el cristal. Me dirijo a la mesilla de noche y... encuentro una hoja dorada. ¿De verdad era todo un sueño?

Borja Soto.
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TE ESCRIBÍ


Escribía como si fueras a contestar,
Como si de repente salieras de alguna de estas grietas y me dijeras:
¿Puedo sentarme contigo?

Escribía como si fueras a contestar,
Como si después de un tiempo sin hablarnos todo fuera normal.

Escribía como si en algún momento nos topáramos en una calle,
y te dijera; te invito un café.

Te escribía como si supiera quÉ decir cuando me hacías la pregunta:
¿Me quieres?

Te escribía para un rato acordarme de ti,
Para que tú te acordaras de mí,
Para que yo te viera y tú me vieras, y poder así abrazarnos con la intención de no soltarnos...

Te escribí un par de veces con la esperanza de que me contestaras,
Con la certeza de que unas palabras tuyas estarían esperándome.

Te escribía para no olvidarte,
Para darme cuenta de que me importas y peor;
Que aún te quiero.

Te escribí... Como si te acordaras todavía de mí.


Mario Méndez.
Instagram: @Mariomendezc 
Twitter: @MendezzC_
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EL MAR NEGRO DE TU MIRAR


Para Fe,

¿Cómo algo tan negro,
tan pequeño y circular
puede hacer a mis sueños 
creer que pueden volar? 

Te vi del todo frágil
rostro y miedo angelical,
esa falta de besos 
alrededor de tu lunar. 

Decidí que fuera yo 
quien luchara por llenar
aquello que tantos otros 
decidieron despreciar. 

Decidí que fuera yo 
sin pensar en el amor 
que quizás habías dejado
en otro corazón. 

Tengo unas alas que se quejan, 
que no pueden volar,
impregnadas por el lodo
que desprende tu lunar. 

Y unos labios que no besan 
que me dicen ¿dónde estás?
y les respondo 
que el problema 
no fue irte 
sino llegar. 

Me piden que lo beba,
que lo vuelva a buscar 
que te haga la misma broma 
de irme corriendo a bañar 
a aquello que yo llamaba 
el mar negro de tu mirar. 

Ahora me lamento y siento,
ahora es cuando me miento 
creyendo que habrá otra
que ocupará tu lugar. 

Y quizás la haya,
y quizás no.
Y quizás te vayas,
y quizás no. 

Pero no hay quizás 
cuando pienso 
que no habrá nadie capaz  
de ocupar el vacío
que va a dejar tu lunar.

VG.
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LAS PERSONAS



Somos un cúmulo de pensamientos. Estamos compuestos de ideas. Sin eso, sin cada pequeña cosa que nos pasa por la cabeza, que nos circula por la mente; no seríamos nada.

Las personas con las que tratamos, aunque nos las lleguemos a conocer; imprimen en nosotros sus propias huellas. Algunas muy grandes; otras, pequeñas, diminutas, que el tiempo se encarga de borrar, a veces. Pero aun así todas estas acciones, estos hechos que a nuestros ojos pueden parecer insignificantes, nos modifican, nos cambian, haciendo que lleguemos a preguntarnos quién somos, por qué estamos aquí. Y es que, ¿por qué el universo nos puso en su camino? ¿Qué quiere exactamente de nosotros? ¿Debemos esperar algo de esta vida, a parte de pasar por ella sin pena ni gloria?

Opino que sí, que tenemos derecho a cambiar el mundo, aunque solo sea una pizca, un toque de nosotros. Porque el mundo tiene todo el derecho de cambiarnos a nosotros.

Mónica López.
 
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