COSAS QUE PUEDEN PASAR CUANDO PARECE QUE NO PASA NADA


Definitivamente hay días que te sacan de un guantazo de la monotonía. Sí, es cierto que dicho así, de este modo, puede sorprender; como sorprende un caballo con tacones, una monja con leggins de colores o un bidón de gasolina en un parque infantil. Pero también es cierto que son cosas que pueden llegar a pasar, nadie  puede negarlo. 

El caso es que yo estaba a punto de enhebrar la cabeza del hilo de las nueve y media de la mañana, para ir, puntada a puntada, a por las diez, a por las diez y siete, directa a las diez y quince hasta llegar a las cuatro o, incluso,  a las ocho de la tarde-noche. Porque a veces los días son eso, ir dando puntaditas de hora en hora, en línea recta, sin más objetivo que el de no pincharte con la aguja. A veces la finalidad es clara: llegar a salvo, tan pronto como sea posible, a ese rincón borracho de almohadas y edredones dispuestos a proteger a una del mundo exterior. Claro, seguro que mucha gente sabe de lo que hablo. 

En fin. Como decía, estaba dispuesta a pasar un día plano y poco emocionante cuando, de repente, decidí que sería bueno poner por escrito todo aquello que quería cambiar en mi vida. Sí, mira, cosas que pasan. Qué quieres que le haga. Este tipo de pensamientos irrumpen sin pedir permiso previo, porque si lo pidieran se les denegaría rotunda e instantáneamente. Tonterías del tipo: sacarme de encima el maldito carnet de conducir; dedicarle algo de tiempo al inglés, que lo tengo abandonado; hacer algo de deporte de vez en cuando; volver a perderme en la montaña; leer los finales de los libros que aparqué en alguna parte. Y bueno, chorradas de esas, a montones. Ordenar los cajones del escritorio; sacar punta a los colores y aprender algo de matemáticas. De verdad, me da casi vergüenza que estas cosas puedan salir de mí, y más aún que les conceda algo de importancia. Pero está claro que, muy de vez en cuando, este montoncito de morralla quiere que le otorgue un trato especial. Y estaba dispuesta a hacerlo. Mira, me cogió con la defensa baja.

Está bien, cogeré un boli Bic - me dije - que será perfecto para emborronar un folio con algunas auto-proposiciones que, seguramente, esta misma noche arroparé suavemente entre bolsas de basura. También podría haber prescindido del boli y del folio y haberlo hecho directamente en el ordenador, que siempre ronronea por alguna parte de mi habitación pidiendo un poquito de atención. Pero no, un esquema o una lista de cosas banales nunca pueden escribirse directamente en un Word. Pues porque no, porque una se ve tentada de apuntar más cosas de la cuenta (por eso de la página en blanco y la facilidad del tecleo) o, mucho peor, se corre el riesgo, una vez viéndolo todo tan ordenadito, de querer llevar a cabo todo eso. Y eso sí que no. Ni pensarlo, vamos. 

Pues se me puso a mí en las narices que quería un folio y un boli (Bic, he dicho). Fue extraño. Quizá el destino mismo se vistió de negro y arrambló con todos los folios de mi casa para llevarme a otro lugar. Ve a saber, como he dicho antes, todo es posible y son cosas que pasan. La verdad es que no puedo dejar de afirmar que, cuanto menos, era raro. En fin, yo ya tenía en mente algo más que limitarme a hilvanar un puñado de horas que conformarían mi día, un plan mejor que el de asegurarme de que pasa el tiempo. Ya tenía un estupendo propósito que estaba abarrotado de auto-consejos que podrían llegar a cambiar mi vida. De ningún modo podía desfallecer ahora en algo tan nimio como lo es la búsqueda de papel. 

Ahora, al contarlo, ya voy atisbando ese guantazo del que hablaba. Entonces ni lo olía. 

Acabé en el patio. En el cuartito del patio, entre cajas y libros del colegio,  buscando una página en blanco (o media, media ya me servía). Madre mía, lo que llegué a encontrar en mi búsqueda, qué risas a solas. Notitas de esas que se envían en clase, a montones. Esquinas de libros plagadas de dibujillos. Un papel atestado de palabras en las que bailaban mayúsculas y minúsculas sin orden aparente, con letras temblorosas y tildes de grandes aspiraciones. (Eso fue de la época en que practicaba con la izquierda. Es que siempre he querido ser zurda. Los zurdos me dan una envidia que poca gente es capaz de comprender. Otros quieren ser rubios o morenos. Yo siento una gran nostalgia por la falta de “zurdidad” en mi cuerpo en general.)

Bueno, pues acabé por darme de bruces con una libreta amarilla. Las grandes cosas siempre tienen algo de amarillo. Mira sino el sol. O los patitos de goma. La ojeé y la hojeé. Páginas blancas, infinitas. Ya casi se me había olvidado lo que había ido a buscar allí. Siempre me ha dado una pena tremenda eso de arrancar folios de una libreta tan nueva. Pero vamos, que puestos a arrancar, arranco la última página, que es la que menos se lo espera.

Yo sí que no me lo esperaba. ¡Madre mía! Cuánto tiempo. Las últimas tres páginas repletas de letras de desconocidos, de frases desordenadas, de firmas y fechas. Recordaban a esos últimos días de instituto en los que te da por pasar una libreta a los compañeros para que te la llenen de recuerdos y frases absurdas que en otro momento tendrán la capacidad de hacerte recordar momentos excelentes. Pero bueno, en este caso no se trataba de eso. A ver, esto que voy a explicar ahora juro que es verdad. Es completamente cierto. 

Un día, uno como otro cualquiera, me levanté pensando que quería descubrir algo (esto antes me pasaba muy a menudo, demasiado frecuentemente para el gusto de muchos). Así que se me ocurrió caminar por calles por las que no solía hacerlo. Quería hablar con desconocidos. Pero hoy en día se necesita siempre una excusa para acercarse a alguien; sino te toman por loca. Además pensé que quería hacerlo de un modo especial, dando una oportunidad al mundo de expresarse. Así que hice lo primero que se me ocurrió. Inventé que era una estudiante de sociología y que necesitaba la colaboración de la gente para llevar a cabo un proyecto. Tenía tantas ganas de ponerme manos a la obra que ni siquiera le dediqué medio segundo a pensar qué tipo de trabajo iba a ser. 

Hola, muy buenos días – les decía con mi mejor sonrisa y la libreta amarilla en la mano – ¿podría prestarme unos segundos? Las caras de incomprensión no tardaban ni un segundo en aflorar. Verá, es para un trabajo de sociología… solo tiene que escribir una frase; no hace falta que tenga sentido, lo primero que le venga a la mente – continuaba yo –. Pues ¿y qué pongo?, ¿no hace falta que tenga sentido?, no sé qué poner – me decía la mayoría con una mezcla de emoción y curiosidad, por eso de hacer algo distinto –. Lo que quiera, señora, ponga lo que quiera. Y así. Algunos continuaban con preguntas; otros, los más, corrían a escribir lo que más les apetecía y otros, los menos, se negaban y seguían aferrándose a esa consideración de bicho raro que me habían adjudicado desde el principio. Fue una mañana realmente genial. Las frases que más espacio ocupaban rezaban cosas del estilo: “ya llega la primavera”, “hoy es un buen día” o “suerte”. Dejé muchas otras por leer, las que tenían la letra más pequeña. Pensé que al ser la escritura tan menuda la gente estaría confesando alguna especie de secreto y no sabía yo si estaría preparada para recibirlo. 

Sin embargo, el día en que encontré la libreta amarilla por sorpresa y por casualidad, me sentía libre de leer cualquier cosa, pues muchas de las confesiones ya habrían perdido parte de su valor. Por desgracia, no eran gran cosa, un puñado más de mensajes positivos y poco originales. Sin embargo, se me heló la sangre al llegar a una de las frases. No era especialmente singular, ni mucho menos, “cualquier día es un buen día” decía. Lo que me dejó de piedra, de hecho, no fue la frase en sí, sino la fecha. Pues la fecha que ponía era la del día en que me encontraba al leerla, el día actual. Es decir, cuatro años después. Vaya guantazo. De pronto, sin esperarlo, pasa algo así y apenas hace falta un cuarto de minuto para pasar de un “será casualidad” a un “flipa colega, cuando lo explique a ver quién es el loco que me cree”. A ver si va a ser verdad que existe el destino. A ver si ese alguien quiso decirme algo. Ni siquiera me acuerdo de su cara. Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte. Es que no me lo creo. 

Y bueno. Poco más. Lo que vino después fueron todo elucubraciones y una serie de ideas locas que de vez en cuando saco a pasear. Jamás sabré qué escondía todo aquello. Sin embargo me di cuenta de que, efectivamente, cualquier día es un buen día. ¿Para qué? Pues para lo que se quiera, hombre, para lo que se quiera.

Sammy.
@sarazamz

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