¿RECUERDAS CUANDO ÉRAMOS NIÑOS?


¿Recuerdas cuando éramos niños y la infancia era precisamente eso, infancia? Solo nos preocupaban dos cosas: jugar y no ensuciarnos demasiado.

Te levantabas por la mañana y desayunabas leche con galletas. Leche, leche. No extraños líquidos aguados en lo que la química ha hecho de las suyas o pequeños botecitos con millones de “bichitos” para no sé qué cosas. ¡Y estábamos tan sanos! Con mocos, fiebre y tos pero sanos y sin necesidad de tanto mejunje.

El colegio era un lugar de respeto y también de juego en el que te enseñaban valores junto con matemáticas y compañerismo. La clase éramos una piña, ya fueras gordito, tuvieras gafas o fueras hijo único. Lo compartíamos todo, incluso los chupa chups; uno pasaba de boca en boca y de mano en mano y nadie se escandalizaba. El profesor era aquel “Don o Doña” al que respetabas ante todo y sobre todo, era la figura de autoridad pero también un amigo al que podías contarle cualquier cosa, e incluso para algún compañero el padre o madre del que carecía. No había acoso, burlas, suicidios, aislamiento tras pantallas de móviles ni corrillos en los que se insultaba a los demás. Había partidos de baloncesto, miradas tontas al chico guapo de clase, saltos a la comba, canciones y planes para ir comprar chucherías.

Y por las tardes, cuando merendabas en casa, pan con chocolate o bocadillo de chorizo viendo Barrio Sésamo o Doraemon estabas deseando terminar los pocos deberes que te mandaban para ir a jugar a la calle. Más risas, canciones, bailes…

¿Ahora? Cantidades ingentes de deberes y al menos tres actividades extraescolares dan como resultado padres agobiados tras el volante llevando a chiquillos estresados de un lado para otro. Chiquillos que no saben jugar si no es con una pantalla táctil entre sus pequeños dedos.

Por la noche, cenabas en familia porque lo más importante y lo más grande que tenías era tu familia y te ibas a la cama tras ver un ratito la tele junto a tus padres y hermanos. Ya acostado, mamá o papá te leían un cuento y te quedabas dormido teniendo la sensación de ser el niño más afortunado del mundo.

En los tiempos que corren, suerte tienen los que sus padres les dedican algo de tiempo. Las horas se nos escapan de las manos entre reuniones, papeles y tecnología y dejamos pasar por alto el contacto piel con piel, los abrazos, los besos y las conversaciones alrededor de la mesa. Aunque tienen padres, son niños huérfanos, criados al calor de una pantalla de móvil y al abrigo de voces metálicas y vacías.

¡Cuánto hemos cambiado! ¡Cuánto nos ha obligado la sociedad a cambiar!

¿Recuerdas cuándo éramos niños y solo importaba eso, ser niño?

María de las Nieves Fernández,
autora de "Los ojos del misterio" y "Confluencia".
@Marynfc
Facebook: Los mundos de Nieves.


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