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LA MEDALLA DEL AMOR


Las relaciones hay que cuidarlas. A todos los niveles. Debemos cubrirnos las espaldas, fundirnos en uno sin olvidar que somos dos. Construir un microcosmos dentro del mundo. Fundirnos en fantasías reales que te hagan volar sin levantar los píes de la tierra firme. Cogernos de la mano y comernos; a nosotros y al mundo. Derribar todas las barreras y construir el castillo de la confianza. Bordear los acantilados con los que nos topamos. Bañarnos en el mar sin alejarnos de la orilla. Besarnos el alma y el cuerpo. Sentirnos, pase lo que pase. Dar pasos juntos, subir escalones y no dejar que uno se quede atrás. Combatir con todos los monstruos de los celos y ganar la batalla. Tener la victoria, nuestra medalla. Correr las carreras de la vida con el mismo número y no olvidarnos que somos un corazón en dos cuerpos. 

Blanca de Paco.
@blancadepaco
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POEMA 31


La gente cree conocerte 
cuando de ti le hablo. 
Como si uno pudiera 
oler tus prisas en el metro 
sufrir tu locura y desespero 
coger tus ganas de reseguir 
mis manos mis labios mi columna. 
Y cree saber de ti 
de cómo giras la cabeza 
de cómo preguntas por qué 
de cómo te escondes tras 
tu flequillo tus pasiones tus olvidos.

Entonces lo entiendo. 
Que me miro fijamente al espejo 
y descubro que terroríficamente 
tan a mi alma agarrado estás 
que existes a través de mis pupilas.

Alba Comas.
@espiritapoesia
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LLOVÍA


Llovía. Llovía como no lo había hecho en años. Llovía como si el cielo de Madrid estuviera de luto permanente por un sol que había desfallecido y se negaba a resucitar. Llovía tanto que el agua recorría furiosa las calles y calzadas, sin que nada ni nadie se interpusiera en su camino, aventada por coches y pisadas, por el viento y por tantos y tantos recodos que había en su carrera hacia su destino.

Él se resguardaba bajo el soportal de un antiguo teatro cuya última función aún se anunciaba en los carteles. El resto, cómo él, deslustrado y ruinoso. Rodeado de periódicos y cartones y sobreviviendo como podía a las inclemencias humanas y meteorológicas.

Por lo menos, aunque la humedad ya formaba parte de sus frágiles huesos, no se calaba.

Se mantenía recostado mirando el paisaje que formaba parte de su vida en los últimos meses. Las piernas de hombres, mujeres y niños que se paseaban frente a él era el espectáculo de cada día. De rodilla para abajo era el mundo que veía. Se negaba a levantar más la cabeza de esa distancia. ¿Para qué?

Miradas incomodas era lo que siempre se había encontrado. Reprobatorias, acusatorias, condescendientes…

Prefería las pantorrillas y los pies.

Si aún existiera ese absurdo programa de la televisión en el que la gente se apostaba que era capaz de los más histriónicos records, el iría y se apostaría su pequeño termo – que era el objeto de más valor que poseía en ese momento – de que era capaz de saber todo del dueño o la dueña de las piernas que veía.

Si usaba pantalón o falda, la forma de la pantorrilla, los zapatos que llevaba, la forma de caminar… Sólo unas pocas pistas le hacían falta para decir si era hombre o mujer, la raza, la edad, con o sin pareja e incluso la más que probable profesión, alguna que otra virtud y algún que otro defecto.

Sí, podría ganarse así la vida, pero hasta que eso ocurriera seguiría perfeccionando su técnica, mirando y analizando de rodilla para abajo desde su cama de cajas y cartones, arropado con sus ajadas mantas y con su termo y un pequeño hatillo como única compañía, a todo aquel que se cruzara con sus marchitos y enrojecidos ojos.

Seguía lloviendo. Cerró los ojos un momento y se concentró en el ruido que le rodeaba. Bocinas, motores, pisadas, voces, lluvia… y recordó cómo había llegado hasta allí. Por qué ahora su único paisaje eran las piernas de los demás. Malas compañías, drogas, alcohol y todo se va a la mierda. Primero las mentiras, luego el dinero y después la mujer de tu vida con un bebé de seis meses. Después el trabajo, la casa, tu familia te da de lado y las malas compañías, las drogas y el alcohol es lo único que te queda, hasta que la calle se convertía en tu refugio.

Abrió los ojos del golpe y por primera vez en mucho tiempo subió la mirada. Un niño le analizaba de arriba abajo protegido de la lluvia por un pequeño paraguas de unos dibujos animados que no reconocía. Sin mediar palabra el pequeño le dio una piruleta que él aceptó y ambos se sonrieron hasta que una histérica madre se llevó al niño casi arrancándole el brazo mientras le reprochaba su comportamiento.

Volviendo a bajar la mirada, abrió la piruleta y la paladeó. Sabía a fresa, dulce. Un agradable dulzor que mitigó por un momento toda la acidez que corrompía su cuerpo.

No dejaba de llover. Llovía como si el cielo de Madrid no supiera aguantar las lágrimas por todas las personas cómo él y por el cruel destino que los había colocado allí, en la calle, bajo la lluvia.

María de las Nieves Fernández.
@Marynfc
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AMIGA Y NO ENEMIGA


Es increíble la forma que tiene la vida de dar y quitar. Poco a poco, coloca cada pieza en su lugar. Y por mucho que nos empeñemos en pensar que nosotros somos más listos, ella siempre va un paso por delante. Y si se te olvida, te lo recuerda. Así es la vida. Muchas veces te da un caramelo para luego quitártelo, otras te los regala sin pensárselo. Y además, nos acostumbramos a ello. Aprendemos a vivir con las caídas, con los baches, con ese vacío protagonizado por una amarga despedida, con cada momento dulce y agridulce. Aprendemos a manejar tormentas, a brillar bajo el sol, a vivir de las sonrisas, a esperar y sobre todo, a no desesperar. Así es la vida, te regala algo y luego te lo quita. Muchas veces te preguntas el porqué de todo, pero en el fondo, siempre lo hace por tu bien, porque quizás ese no era tu camino o porque esa calle era sin salida. Ella es más lista y todo lo que te quita tiene pensado devolvértelo algún día. A veces somos demasiado testarudos y no sabemos dejar ir, entender que no es tu batalla, que la vida sigue. Frenamos en seco cuando todo debería ser continuar, mirar al frente y no girarse ni para ver si te sigue alguien. Caminar, correr, sentir. Así es la vida, amiga y no enemiga.

Blanca de Paco.
@blancadepaco
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INTRAVENOSO


Podrás tener mil experiencias, lujos o promesas, pero al final estarás igual de vacío que al inicio. 

Sentirás esa eterna confusión de no saber en dónde estás o hacia dónde vas.

Llorar sin motivo, sonreír sin razón, el enojo habitual ¿te suena familiar? 

Vastas opiniones y nulas explicaciones, poco sentido a lo mucho vivido, y todo es igual, ¿no? 

Naciste roto, ese es tu privilegio, eres tú y para eso... para eso no hay cura. 

Alexis Da Costa Yañez de Puebla.
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MURO


La culpa es de uno cuando se hace muro.

Me llamas muro y no te culpas porque la culpa es de uno cuando se hace muro de latidos de hormigón.

Me llamas muro y no te culpo porque la culpa es mía por enmurallarme entre cementos frustrados y no en pieles encontradas.

Me llamas muro y muro soy y no te culpo y te entiendo entre dudas de esperanzas construidas sobre ladrillos de preguntas.

D.A.C.
@dani3arrebola
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ALGUIEN QUE SEPA FRENAR EL TIEMPO


Se busca a alguien que sepa frenar el tiempo. Que haga que todo se pare y se detenga en un momento de felicidad esporádica. Quizás en un brindis o en unos bailes. En un beso o en unas caricias. Que todo se frene para que se conviertan en eternidad. Solo así sobrevivirán esos amantes que no pueden amarse por las fatales circunstancias. Además, el verano no entendería de despedidas, el vino no daría resaca, las enfermedades no seguirían su curso y el café jamás se enfriaría. Sería todo perfecto, excepto una cosa; la propia vida. 
El paso del tiempo es lo que nos convierte en quien somos. Es lo que nos hace avanzar y superar las traiciones. Vivimos en un eterno ciclo que nos da la esperanza de que siempre acabarán llegando tiempos mejores. Y eso es gracias al paso del tiempo. Es lo que nos hace arriesgarnos y apostar, saber que hay trenes que pasan y que jamás vuelven a parar. Es lo que nos hace tomar algo o dejarlo ir. Es lo que nos hace arrepentirnos, sentirnos humanos. Es lo que nos hace conocer el maravilloso y triste sentimiento de nostalgia. Es lo que nos hace estar aquí y sentir el ahora, valorar la vida y abrirnos los ojos a nuevas oportunidades. El paso del tiempo nos empuja a avanzar, nos impide el quedarnos sentados esperando. Porque sabemos que puede que nos quedemos así toda la vida, parados y perdiéndonos todo. El paso del tiempo nos facilita cerrar puertas y coger nuevos trenes. Así pues, retomo lo dicho; se busca a alguien que sepa frenar el tiempo para hacerle ver que eso nos convierte en eternos también, porque solo avanzando logramos metas. 
En la vida, todo lo bonito tiene movimiento y todo movimiento depende del tiempo. 

Blanca de Paco.
@blancadepaco
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TU VACÍO DE FUEGO


No consigo entender 
cómo te desprendes de tu ropa 
de tu piel y de tu alma 
cuando hacemos el amor. 

Y cómo pasas a ser yo 
para robarme mi ropa 
mi piel y mi alma. 

Tienes algo parecido a la magia 
escondido en tus suspiros 
algo parecido a todo lo que crea 
una galaxia. 

Y ojalá pudieras tú comprender 
que ya cuando de mí escapas 
no existe lugar en el mundo 
que mejor me diera ese vacío 
tan de fuego.

Alba Comas.
@espiritapoesia
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BANG. ESTÁS MUERTO


Como una explosión de color, rojo, azul, morado, y al fondo chispas de color amarillo naranja y blanco, como una explosión de sonido, música de todos los estilos sonando a la vez en mis oídos, electro, metal, indie, y de fondo trazas de reggae y piano, como un vídeo a cámara lenta, poco a poco, con todos los detalles, activando todos mis sentidos, como una brisa oceánica rozándome la mejilla aún sonrojada, como un pitido en el oído a causa de una granada, como un momento que se funde en el siempre, como el olor a mi suavizante preferido, cálido, como la sensación de estar en casa de nuevo tras mucho tiempo, como el aire acondicionado en verano y la calefacción en invierno, como el sediento que se cruza de pronto con un río, como la pluma de una paloma en el suelo de un parque desconocido, como el revoloteo de una mariposa en primavera cuando aún el frío resiste pero las flores se preparan para nacer, como unos calcetines secos tras chapotear bajo la lluvia, como una sombrilla el día de playa más soleado, como cuando una casa te cobija del viento. Todo eso sentí, y eso que sólo me tocó la pierna.

Como un pinchazo en el estómago con una aguja de crochet, como un disparo que hace eco e impacta en un cuerpo rígido debido al pánico, como el dolor que sientes cuando te agarras a un muro demasiado alto con una sola mano para no caer, como el susurro de la noche oscura, como el temor a lo que se desconoce, como el sonido de unos pasos que te siguen, como el agua helada llegándote al cuello, entumeciendo tu cuerpo poco a poco, hasta que no te puedes mover, como la sensación de asfixia, como una borrachera que te sienta mal, como el sonido de los cuervos sobrevolando una presa, como el sonido que hace un animal justo antes de morir, como un peso de cien kilos sobre el pecho, como el susto que te para el corazón, como el escalofrío que te recorre aún cuando hace calor, como el silbido de un proyectil antes de impactar, como el pitido de los oídos tras la explosión de una granada, como alzar las manos para aferrar la vida que se escapa, como apretar el puño antes de golpear la nada, como cuando entra una nueva bala en la recámara, como un suspiro en la noche cerrada, como un abrazo muerto o una sonrisa congelada, y eso que sólo me destrozó el corazón. 

Alba Ferrer.
@dihiftsukai
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ME VA A DÍAS


Y si te tuviese en frente no sé lo que haría. Me va a días. No sé si cogería un rifle o si pagaría por alguna de tus caricias. Me va a días. Como el dolor. Hay días que te recuerdo más de lo que debería, sobre todo si me coincide con la lluvia. Días en los que sería capaz de dibujar tu silueta con solo suspirar, otros en los que solo te quiero matar. Días en los que me dan ganas de gritar que por qué no estás. No sé, me va a días. Días en los que maldigo la vida, días en los que agradezco tu partida. Días en los que respiro mejor sin ti y otros que no sé cómo resistir. Supongo que siempre fuimos así. 
Pero hay algo que no va a días y es mi forma de esquivar continuamente las señales que me llevan a encontrarte. 

Blanca de Paco.
@blancadepaco
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CUATRO ZUMOS DE PIÑA SON DEMASIADOS


Supongo que hoy hay algo que no acaba de cuadrar. Y no hablo del infinito trabajo de Historia de la lengua que tengo que entregar en unas horas y que apenas he comenzado. Tampoco me refiero al no haber ido a trabajar esta mañana. Tampoco se trata de  que la bici que compré por cincuenta euros el viernes ya me esté dando problemas. No, definitivamente no es nada de eso. Sé que hay algo que no cuadra porque hoy me he tomado cuatro zumos de piña. Y lo peor, quizá, es que aún caiga alguno más (son las 20.17 de la tarde del lunes pero este escrito se publicará mañana, o lo que tú conocerás como “hoy”). Del repentino protagonismo que ha adquirido el zumo de piña en el día de hoy me  he dado cuenta cuando iba ya por el cuarto. Dos durante la mañana, uno acompañando la comida y otro que me ha pillado de imprevisto para merendar. 

He apurado el último trago mientras empezaba a ser consciente de la cantidad de piña ingerida durante el día. Y me he dado cuenta del poder sanador de ese elixir. Ese frescor y esa batalla de contrarios, el ácido y el dulce, me han ido llevando, durante todo el día, a un yo-no-sé-dónde que, en lo que dura el trago, me restablecía y lograba rellenar cada uno de los espacios vacíos que llevo dentro. La cosa es que cuando enfilaba el camino hacia mi casa, en el último  tramo y ya con la bici en las manos, tratándola ya más como una compañera que como un vehículo (pues ahora era yo la que la arrastraba con los brazos, era yo la que la llevaba a ella, a Carmen, así se llama) he sentido la necesidad de buscar el origen de esta desazón que me ha empujado a la droga pineal. Porque sí, porque el ser humano es así, curioso por naturaleza, y yo, que formo parte de la cadena, no he podido evitar preguntarme el porqué  de mi angustia. 

En la vida hay dos clases de preguntas que hacerse a uno mismo: la que te haces sabiendo la respuesta de antemano, una respuesta que sabes que duele, que no gusta o que es demasiado caótica (cosa que lleva implícita una puesta en escena demasiado pesada, el poner orden a las cosas puede llegar a ser realmente agotador, sobre todo cuando no hablamos de un orden físico). Y por otro lado, están las preguntas que, claramente, no obtienen respuesta. No existe una solución al enunciado que te planteas, simplemente. Puede pasar. Desde luego que puede. Por suerte, o por desgracia (nunca lo sabré) mi pregunta se encuentra clasificada en el primer tipo, en las que llevan consigo una respuesta que nos empeñamos en ir ocultando como buenamente vamos pudiendo. 

Y la pregunta es simple. ¿Qué me pasa? ¿Por qué me siento así? Y la respuesta, aparentemente, es más simple (y más absurda) aún: Gafas. ¿Gafas? te preguntarás (o no, quizá no seas de los que te hagas preguntas a respuestas absurdas, quizá eres de los que acepten las cosas como vienen, quizá no seas del género humano. Quizá, quizá, quizá). Voy a explicarlo. Todo empezó (hacía tiempo que quería usar esta frase, le da un misterio y un aire dramático al asunto que me encanta). 

Todo empezó hace unas tres semanas. No soy muy hábil calculando el tiempo, pero me fío de lo primero que me ha venido a la mente. Era uno de esos días en los que te encuentras realmente cansada y que piensas en la cama como pensarías en un amante apasionado, ávido del contacto físico. Y que piensas en las sábanas como piensas en el calor de sus brazos. Y concibes la almohada del mismo modo en que concibes su pecho, un lugar donde descargar el peso de tu cabeza y el constante hormigueo de la mente, un lugar donde acallar hasta la última voz de tu alma, un lugar donde seguir otros ritmos que no son los tuyos propios, un pecho que te envuelve de un continuo palpitar formado a base de negras y corcheas, que le va poniendo una melodía distinta a cada una de tus noches. Vamos, que estaba reventada y me quería ir a dormir, para que nos entendamos. Pero por designios del destino (hoy estoy tirando de topicazos) algo me hizo salir de la cama a las dos de la madrugada. Me hizo salir de mi madriguera y me empujó hacia la calle. Hacia el barrio de Horta. A sus calles ya vacías y silenciosas. Cuando hablo de “algo” no quiero que os imaginéis algo misterioso. Fue algo completamente banal, vacío. Pero no lo puedo contar, porque es un secreto que no me concierne a mí. Y como esa no es la historia principal, me la guardo. Lo que quiero contar, y necesito contar para poder desahogarme con alguien que no me conceda ningún tipo de credibilidad ni trascendencia, es lo que me encontré en mi paseo. 

Si hubiese llevado una cámara, entonces hubiese grabado lo siguiente: Calle Tajo medio dormida. Alguna que otra farola intermitente quería recordar que allí seguía habiendo vida, que seguía habiendo movimiento, o que, por el contrario, todo tardaría muy poco en reventar. Y a mi derecha un banco. Una sucursal bancaria, vamos. Con su cajero automático a punto para escupir algo de dinero a cambio de un poco de alimento plastificado. La puerta abierta, completamente abierta. Y la luz de dentro iluminando la escena algo tímidamente. Y en la entrada, en el suelo, entre la puerta y la acera de la calle, unas gafas.

Hay muchos modos de encontrarse algo en el suelo. Pero al ver las gafas me dio la sensación de que escondían algo. No sé, algo que no sabría explicar con palabras, o necesitaría demasiadas, y no sé si se dejarían encontrar. Me recordaron a la escena de un crimen. Una patilla abierta, la otra cerrada, los cristales mirando hacia el horizonte y no viendo nada, y una cuerdecilla de esas que se ponen algunas señoras mayores para asegurarse de que no se les van a escapar los anteojos. Miré hacia los lados, como asegurándome de que nadie me vigilaba, y entonces las cogí. Me puse nerviosa de golpe. Enrollé la cuerda y las metí en el bolsillo de mi sudadera. Hasta que no llevaba unos cien metros recorridos no me atreví a sacarlas de mi escondite de algodón y pañuelos con mocos. Lo dudé, pero hice lo que hace todo aquel que se encuentra con las gafas de otro en las manos, me las puse. Fue extraño, las patillas no llegaron a reposar en mis orejas, más bien las usé a modo de prismáticos, de lupa, como a lo lejos. Y lo vi todo extremadamente borroso. Algo me hizo dudar. Las aparté rápidamente de mi campo de visión, las sostuve en la mano durante unos minutos y me acompañaron en mi silencioso y nocturno caminar. 
Al mirar a través de ellas algo me había removido por dentro, ya digo, lo poco que había visto no eran más que borrones y bosquejos de un mundo medio dormido. Pero a mi corazón le dio por ponerle la percusión a esa escena tan de cine. 

Una vez mi palpitar volvió a su ritmo tranquilo, habiendo reunido el valor suficiente y sintiéndome (sin saber por qué) como se puede sentir alguien que roba unas chuches en la tienda de su barrio, volví a ponérmelas. Esta vez, incluso, dejé caer la cuerdecilla sobre mi cuello y dejé, también, que enmarcasen perfectamente a mis dos pupilas (que todavía tienen mucho que aprender). Un, segundo, dos, tres. Todo, absolutamente todo borroso. Cuatro, cinco, seis. Y SIETE. Entonces lo vi. A él, a ella, a tantos y tantas que habían pasado desapercibidos. También vi eso, y aquello otro. Y me sentí muy pequeña. Y muy grande. Descolocada y en mi sitio. Fuerte. Muy fuerte. Y también muy débil, vulnerable. Lo vi todo, todo lo que solía quedar al margen de mi vista racional durante todos los días de mi vida. Todo lo que se me había estado escapando. Fue un relámpago, cientos, miles, millones de imágenes en una sola. No hablo de una sucesión de colores y formas, sino de una simultaneidad capaz de recoger el Todo en uno. Una madre que sonreía cómplice a su hijo; un borracho que lloraba en la esquina de un supermercado; aquel perro radiante de felicidad al ver a su amo(r); una mariquita que emprendía por primera vez el vuelo. La vida, la vida que se me había estado escapando por los rincones hasta entonces, la esencia de las cosas cotidianas, el susurro de un aquí y un ahora que andaba olvidado por alguna parte. 

Me las quité y no me las he vuelto a poner. Por miedo a que, al volvérmelas a probar, me diese cuenta de que ese momento realmente jamás existió, de que no eran más que unas gafas como cualquier otras. Por miedo a volver a ver el Todo y empezar a preguntarme por mi locura emergente. Las he estado llevando en mi mochila durante un tiempo y a algunas personas, no a muchas (solo a las que he pensado que podrían estar preparadas) les decía con una sonrisa de oreja a oreja: “mira lo que me he encontrado, unas gafas”. Y todas se sonreían, algunas me preguntaban que qué iba a hacer con ellas, pero nadie, absolutamente nadie me pidió que se las dejase probar. Eso me tranquilizó, porque no sabía si estaba preparada para tener un cómplice de tales magnitudes, un secreto une demasiado. Y ¿qué hubiese pasado si alguien se las hubiese puesto para no haber visto nada de nada? posiblemente me hubiese hecho dudar de mí misma, de todo lo que vi y sentí aquella noche. 
Así que por eso lo cuento por aquí, porque necesito contar la historia y que nadie la crea. Que todo el mundo la crea ficción, pero habiéndome descargado de ese peso que me apretaba en el pecho y en la garganta. Y si me preguntas, te diré que no, que todo es mentira. 

Sara C. Labrada.
@kosmonautaa
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¿Y TÚ EN QUÉ CREES?


Creo en las personas que sonríen. En las que se arriesgan sin esperar nada a cambio. En las personas que ríen y lloran a la vez, en las que comparten sus profundos secretos con dos copas de vino. Creo en los besos de madrugada y en las caricias en la espalda. Creo en el sol y en todo lo que se lleva la lluvia. 
En la gente que vive con el corazón en la mano y en los que apuestan; en mis pocos amigos y en ti. Sí, creo en ti. Creo en tu forma de ver la vida, en tu inocente mirada y en tu alma complicada. En la forma que tienes de robarme sonrisas y en cómo me haces sentir viva. Creo en la vida contigo aunque a veces te empeñes en convencerme de lo contrario, en tus cambios de humor y en los míos. Creo profundamente en la noria en la que vivimos y en el aquí y ahora.
 Creo en ti y sobre todo, creo en nosotros.

Blanca de Paco.
@blancadepaco
 
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