EL ABUELO QUE SALTÓ POR LA VENTANA Y SE LARGÓ - JONAS JONASSON

No cabe duda que Jonas Jonasson se ha hecho un hueco como escritor best seller en este país. Desde El abuelo que saltó por la ventana y se largó a su último éxito, El matón que soñaba con un lugar en el paraíso, me he hastiado de ver sus libros en todos los expositores, en las listas de los mejores vendidos en Sant Jordi… Donde piqué y me compré precisamente la novela del Abuelo, publicada por Salamandra. No soy alguien que se deje llevar por el calificativo best seller porque a menudo pienso que es un título totalmente injusto, y todos los best sellers que he leído no me han parecido merecedores. Esta novela de Jonas Jonasson no ha sido la excepción.

Lo mejor de esta novela es el título, y quizás también es lo peor, porque crea expectativas falsas, me explico: Un abuelo que saltó por la ventana y se largó. Y en la contraportada, una crítica de la Vanguardia dice que la historia «reivindica el placer de vivir». Yo me esperaba, creo, mucha más poesía. Filosofía sobre la vida, sobre cómo a veces no vivimos lo suficiente. Me esperaba introspección de un viejo de cien años que se replantea su vida y decide huir y, en cambio, me encuentro con una historia sobre un viejo que roba una maleta y se ve perseguido por un grupo de delincuentes, va conociendo a gente que lo ayuda mientras se explica su pasado. Pero vamos por partes.

El presente de Allan Karlsson (el abuelo) es que, básicamente, al huir roba una maleta que contiene mucho dinero de un mafioso. Los mafiosos lo persiguen y él va encontrando desconocidos que lo ayudan a escapar, uniéndose a su grupo. Como he dicho, se intercala aquí la historia del pasado de Allan, experto en dinamitar todo tipo de objetos, y acaba por ayudar a todos los gobiernos, dando la vuelta al mundo, conociendo a Harry Truman, Mao Tse-sung, Stalin, Franco… La gracia es que Allan es un personaje apolítico, de forma que únicamente le interesa que lo inviten a un trago. Y como el aguardiente parece ser el leitmotiv de la novela, me he quedado con la sensación de que era su único móvil para hacer cualquier cosa. Me ha parecido un viejo borracho cuyo único placer en la vida es beber, y a cambio, quizá revele a Stalin cómo construir la bomba atómica.

En mi libreta de pros y contras escribí «personajes graciosos», porque los personajes con los que Allan se va encontrando son, cuanto menos, particulares. Pero hay tanta falta de introspección en cualquiera de ellos que al final se acaban aborreciendo y resultan previsibles. Además, Allan Karlsson me recuerda a Saleem Sinai de Hijos de Medianoche (Salman Rushdie): un personaje que se encuentra en medio de sucesos políticos de los cuales resulta ser el centro. Pero la gracia de Saleem es que es un egocéntrico narcisista que cree que todos los eventos políticos han sucedido por su gracia divina, en cambio, Allan está en el centro de esta historia como por casualidad, funcionando en ella, como he dicho, a cambio de aguardiente. También me ha recordado un poco a la escena de Forrest Gump donde Forrest va corriendo por todo América y se hace una celebridad sin saberlo. Allan podría haber sido un personaje tan o más anecdótico que Gump, pero el autor ha escogido que sea sólo un abuelo que ha estado sesenta años viajando por el mundo. Allan no tiene ideologías, no tiene inquietudes. Supongo que esa es la gracia del personaje. Pero entonces, ese personaje no es nada. Para mí, este personaje es el móvil de la historia, pero en todo caso, la historia nunca llega a ser su móvil. (Esto ha quedado un poco abstracto. No sé si me entenderéis).

Además, el estilo en el que está narrado me ha molestado sumamente. Ante todo, parece ser que Jonasson fue durante muchos años productor de televisión, hasta que lo decidió dejar y escribir esta novela. Eso explica muchas cosas, porque, aunque admito que es una novela ágil de leer, está casi toda escrito en estilo indirecto y demasiado “cinematográficamente”. Con esto último me refiero a los saltos de escena, como se haría en una película: un diálogo que acaba con un «¡coño!» y salto de escena y vemos al comisario que los persigue en el coche atendiendo una llamada. No es que este estilo me moleste mucho, supongo que es el estilo del autor, y así además puede dejarte en un par o tres de cliffhangers. Pero yo leo un libro para que tenga una narrativa. Si quiero leerme una película, puedo ir al cine. Creo que la adaptación de la película me gustará más que el libro en sí por esta misma razón. En un libro, no busco este estilo. En un libro, en una novela, quiero todo lo que en una película no se me puede contar: sentimientos, pensamientos, monólogos interiores. Ese es mi gusto. Claramente, El Abuelo no lo tiene. Y por eso no me gusta. Siguiendo con la línea de este estilo, debo remarcar algo que casi me hace cerrar el libro y no lo vuelva a leer nunca más de los jamases. Y es que prefiero que un libro sea corto a que haya paja. “Paja” puede significar que se explican anécdotas totalmente irrelevantes para el desarrollo de la novela y personajes (en el libro encuentro unas cuantas, aunque no me molesta en exceso, porque las anécdotas me gustan si están bien narradas), o que hay frases que, directamente, no aportan nada a la novela. Y de esto último, El Abuelo está plagado. Aquí un ejemplo: Se han quedado a dormir a casa de una señora que les ha dado cobijo. Ésta les deja el desayuno en la mesa. Allan se despierta y baja a la cocina, donde sus compañeros Julius y Benny ya están comiendo. La frase en cuestión dice: «Allan dio los buenos días y recibió la misma respuesta». Si, como autor, piensas que es extremadamente importante que yo sepa que uno, Allan da los buenos días y dos, le responden que buenos días, ponlo en diálogo. Porque esta frase en sentido indirecto (ya os he dicho que iba en la línea del estilo) para mí es totalmente superflua. Pero la frase sigue: «A continuación, Julius dijo que debían hablar sobre…». “A continuación” no es un conector que en una novela me guste leer, pero es que aquí encima me da la sensación que se pone como si los buenos días de Allan hubiesen tenido alguna función, alguna importancia al argumento. No me interesa si Allan ha dado los buenos días o no, y menos, si ellos le han contestado. Que dé o no los buenos días no aporta nada a la novela. Este sentimiento de frustración y de estupefacción es el que he tenido durante casi toda la lectura.

«Agilidad, ironía y una trama delirante que no da tregua al lector», dice el ABC Cultural en la contraportada. Agilidad a cambio de poca introspección. Ironía si te hace gracia que el protagonista sólo pida aguardiente cuando conoce a todos los otros personajes, y una trama delirante que a veces me parece demasiado irreal, demasiado anecdótica, y cuyo contenido irrelevante me da tregua para pensar que, definitivamente, no voy a repetir con Jonas Jonasson.

Andrea Rovira. 
@andreaishere

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